Alguien tuvo que empezar todo esto. Alguien tuvo que ser el primero que tomó el libro del Papa La infancia de Jesús, lo tiró al aire, y sin leérselo dedujo que allí no había declaración alguna sobre la moralidad del uso del preservativo o, sobre el asunto conocido como Vatileaks, o incluso sobre la irracionalidad de la difusión de la fe mediante la violencia (¿el Papa ha dicho Mahoma?) y buscó algo que pudiera castigar con pena de titular escandaloso: “El Papa afirma que no hubo mula ni buey en el portal de Belén” (El País), “Ni buey ni mula, el Papa pone patas arriba el portal de Belén” (Sur), “El buey y la mula, en el paro” (Cuatro). Un rastreo apresurado no desvela quién fue el primero, pero a estas horas, poco más de una semana después de que se publicara el libro en todo el mundo, hay un millón de entradas en la Red que informan de que el Papa “al ocuparse de los animales del pesebre, demuestra que se despreocupa del hambre, la pobreza, las guerras y demás saldos de la cristiandad” (El Huffington Post, por ejemplo).
Pero el libro no dice nada de eso. Por regla general, el Papa jamás ha dicho lo que dicen que dijo. Pero en este caso la regla general se hace ley. El libro del Papa sobre la infancia de Jesús de Nazaret completa la trilogía del teólogo Ratzinger sobre la vida de Cristo, y la completa con una obra que es antecámara de los dos anteriores y que debe servir como un libro de ayuda a las personas en su camino hacia Jesús y con Jesús. Apenas 130 páginas para iluminar una vida.
De esas 130 páginas, el buey y la mula ocupan apenas una. Y en esa página el Papa escribe un texto bellísimo en el que reconoce que aunque el Evangelio no los menciona, la meditación guiada por la fe con el apoyo del Viejo y del Nuevo Testamento, colma “esa laguna”. El Papa, por lo tanto, asegura que el hecho de que los Evangelios no citen a los animales del establo es un vacío que ha de ser llenado. Los animales estuvieron allí y si se eligió representarlos por medio de un asno y una res es porque la meditación de la fe y los textos de Isaías 1,3 (“El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño”), Habacuc 3,2 (“En medio de dos seres vivientes... serás conocido; cuando haya llegado el tiempo aparecerás”) y Éxodo 25, 18-20 (los dos querubines sobre el Arca de la Alianza) nos lleva a ellos.
La magdalena de Proust
Es más, el Papa asegura que esos dos animales son una representación de la humanidad, “de por sí desprovista de entendimiento” pero que ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en aquel establo, llega al conocimiento y recibe esa epifanía. El Papa asegura que el buey y la mula sí estuvieron allí. “La iconografía cristiana ha captado ya muy pronto este motivo”. Sólo hay que saber leer a quienes representan el buey y aquella mula a la que “ninguna representación del nacimiento renunciará”. Ni siquiera, por tanto, la representación que se haga en San Pedro. El Papa no renunciará ni a la mula ni al buey.
Es más, el Papa asegura que esos dos animales son una representación de la humanidad, “de por sí desprovista de entendimiento” pero que ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en aquel establo, llega al conocimiento y recibe esa epifanía. El Papa asegura que el buey y la mula sí estuvieron allí. “La iconografía cristiana ha captado ya muy pronto este motivo”. Sólo hay que saber leer a quienes representan el buey y aquella mula a la que “ninguna representación del nacimiento renunciará”. Ni siquiera, por tanto, la representación que se haga en San Pedro. El Papa no renunciará ni a la mula ni al buey.
En el sentido de la iluminación de una vida, y solo en este, quien esto firma leía el libro hace unos días cuando recordó al protagonista de En busca del tiempo perdido, una de las novelas de la heptalogía de Marcel Proust que contaba que una vez, a la hora del té, el sabor de una magdalena le forzó a evocar un momento olvidado de su infancia. Los franceses, que han seguido al pie de la letra el mandato bíblico y han puesto nombre a todas las cosas y a todos los animales, llaman a esta evocación involuntaria del pasado a través de los sentidos: las magdalenas de Proust. El pasado miércoles, quien escribe estas líneas tuvo una magdalena proustiana cuando con el sentido de la vista llegó a la página 58 del nuevo libro de Benedicto XVI.
Quien esto firma se vio con 13 años hablando con otro alumno en el comedor del colegio y aquel compañero le decía que menuda tontería que María fuera Virgen. Luego se vio con 17 años y otro amigo hablaba sobre el mito de los Reyes Magos. A los 22, le bombardearon con la idea de los evangelios apócrifos, los papiros del Mar Muerto y hasta el Protocolo de los Sabios de Sión (esa manía de meterlo todo en el mismo saco). Ya en la época de la revolución de Youtube, vio a un ateo beligerante al estilo Dawkins asombrando al aula magna de una facultad estadounidense mientras les revelaba que eso de la concepción divina era muy habitual no sólo en los faraones, sino en la mitología griega (el semen derramado de Zeus) y en gran parte de Asia.
Cuando sus recuerdos cesaron, quien esto firma volvió a leer el párrafo del libro de Benedicto XVI que le había devuelto al pasado. “En los relatos de los Evangelios se conserva plenamente la unicidad de Dios y la diferencia infinita entre Dios y la criatura. No existe confusión, no hay semidioses […] En Mateo y Lucas no encontramos nada de alteración cósmica, nada de contactos físicos entre Dios y los hombres: se nos relata una historia muy humilde y, sin embargo, precisamente por ello, de una grandeza impresionante”. Y luego leí: “Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios. Pero sí que tiene ese poder”. Si pudiera volver a tener 13 años, le daría con este libro en la cabeza a mi compañero de clase.
El resto del libro, desde el proemio hasta el punto final, es una obra escrita para el cristiano que vaga por el mundo sometido al bombardeo incesante de que todo lo que no es historia, es mito y las religiones son reconstrucciones imaginativas de arquetipos milenarios. Si no hay Virgen, no hay Natividad, no hay año cero... La idea final de cualquier movimiento ateo beligerante es que Cristo (si es que existió) sólo fue hombre, no resucitó y que, por lo tanto, vana es nuestra fe. El Papa, “en diálogo con los exégetas del presente y del pasado” interpreta lo que Mateo y Lucas narran al comienzo de sus Evangelios sobre la infancia de Jesús y nos ofrece una obra de ayuda. La primera pregunta que se hace todo cristiano en apuros (¿cuáles son las fuentes?), es respondida por el Papa: la tradición de la familia, la Virgen María, la única que pudo susurrar las palabras “Su madre tenía todas estas cosas en el corazón”.
En tiempos de TiberioEl lector que lea va a encontrar respuestas y refuerzo de la fe, pero sin fundamentalismo. Ningún cristiano debería tener problema en asegurar que la tradición cristiana se equivoca en la fecha del Nacimiento. Es decir, que el año cero ocurrió seis o siete años antes. En un ejercicio de magdalena proustiana, seguro que el lector recuerda alguna conversación sobre los mitos del cristianismo... Pero lo que se lee en los Evangelios es que “Jesús nace el decimoquinto año del imperio de Tiberio”, y lo que apostilla el Papa es que “por lo tanto, no nace en la intemporalidad del mito”. La fe está ligada a esta realidad concreta. Fin de la cuestión. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo y nació de María Virgen. Jesús nació en aquella época en la que hubo un acontecimiento astronómico: una conjunción de planetas, la explosión de una supernova, todo lo que podría ser considerado el paso de una estrella por el cielo. Jesús no es un mito. Todo lo que se cuenta en los Evangelios sucedió y lo importante no está en los detalles (las frases hechas son peligrosas) sino en la grandeza de la humildad del texto bíblico.
La humildad para Benedicto XVI es que Jesús nació en un pesebre, es decir, en un establo, casi seguro que en una gruta, un lugar que parece indigno pero que ofrece “la discreción necesaria para el santo evento”. El signo de la Nueva Alianza es la humildad, el grano de mostaza. El exégeta que es el Papa piensa que lo que es importante es lo que pasa desapercibido.
Dios se hace hombre y esto requiere el contexto concreto de lugar y de tiempo. Dios es amor, pero el amor no es (sorpresa), una romántica sensación de bienestar. La Redención no es el estado del bienestar, la redención no es confort, lo que el Papa llama “un baño en la autocomplacencia”. Leerse este libro es abandonar la autocomplacencia e instalarse en la humildad. O lo que es lo mismo, no renunciar jamás a la mula y al buey o a ser como la mula y el buey.
Los Reyes Magos sí que existen
Benedicto XVI se pregunta si la adoración de los Magos es en verdad historia acaecida o sólo una meditación teológica expresada en forma de historias. El Papa afirma que, verdad o no, la adoración de los Magos no afecta a ningún aspecto esencial de la fe, y ese era su pensamiento... Sin embargo, el Papa también asegura que en los últimos 50 años se ha producido un cambio de opinión. Tal y como dice el teólogo Klaus Berger, “Aun en el caso de un único testimonio hay que suponer que los evangelistas no pretenden engañar a sus lectores, sino narrar los hechos históricos”. Y el Papa concluye: “Mateo nos relata la historia verdadera”. De esta manera, el Papa da un aviso a los teólogos que agotan su talento en inútiles disputas académicas. Los Reyes Magos sí que existen.
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http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/papa-no-renunciara-ni-mula-ni-buey-20121202
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