05 enero 2011

Remitente: Jesús de Nazaret, por Martín Valverde

En aquellos maravillosos días de mi encuentro con el Señor en plena fuerza del final de mi adolescencia, la intensidad de muchas cosas eran la orden del día, esa juventud era un don y dolor de cabeza que tenía que saber mezclar para crecer en la fe y servir al Señor. Ciertamente, los últimos en enterarse de esto son los mismos jóvenes, pero no tengan duda, Dios los disfruta como nadie y los acompaña en este proceso, lo que nos toca es seguir el consejo de San Marcelino Champagnant, “aunque no estés de acuerdo con ellos, no te apartes de su lado, que sepan que estás ahí”.

Una situación constante que vivía por aquel entonces eran las salidas al extranjero de quien era mi director espiritual y pasó a ser como un padre en esta nueva etapa de mi fe, el buen José, o Joe como le dicen sus cercanos.
Cada vez que yo tenía alguna de mis broncas, ya sea conmigo, con Dios, o con los que me rodeaban, iba a buscar a José para contarle mis asuntos y escuchar sus consejos y direcciones, con José se sumaban el codo a codo en el apostolado, una amistad y un cariño especial que me permitían escucharlo de otra manera, además de llenar con su persona mi carencia de padre de la niñez.
Pero Joe (así le decíamos) por su trabajo viajaba demasiado y por tiempo prolongado; y como tenía que ser, en más de una ocasión me sentía huérfano y sin norte cuando llegaban estas circunstancias al no tener a quien acudir. (no había ni celulares, ni correo electrónico, ni la imaginación para esperar algo así).
Sin yo saberlo estaba viviendo una de las mejores y primeras buenas enseñanzas de mi crecimiento en la fe: que el encontrarme con Jesús y seguirlo, no significaba dejar de tener problemas, que momentos así son toda una oportunidad de descubrir a Dios en mí, y por ello, también mis necesidades y capacidades para poder confrontar cada cosa a su tiempo.
Estaba en esas, y como buen joven quería respuestas prontas y a mi medida, que distan mucho de las de Dios.
Una vez leí en un poster de esos con maravillosas frases: “A veces Dios decide calmar la tormenta, y otras el deja la tormenta crecer, y lo que hace es calmar el corazón de sus hijos”. (Frase de Karen Tribett).
Y lo que les cuento lo hice porque pude aprender a dejar a Dios calmar mi corazón en ese entonces.
Una enseñanza que ha sido constante desde aquel momento es la de rendirme frente al Señor, aunque bien sabemos Él y yo, que le he dado un terca batalla por querer resolver a mi manera muchas cosas en el menor tiempo. Voy descubriendo que aunque tenga una muy buena capacidad de soluciones logísticas que me sirven mucho para mi propio trabajo, tengo que tener en mi lista de posibilidades la capacidad y la disposición de rendirme frente a ÉL cuando así tenga que ser, para no estorbar, si no ayudar a sus designios.
Lo cierto es que jamás hubiera podido llegar a canciones como “Ten Calma”, “Sigue” o “Paradoja” si no me hubiese arriesgado a pasar de frente la tempestad que trae el ser joven, con sus sueños, sus miedos, sus necesidades, sus luchas.
Por ahí en la Biblia encontramos esta frasecita de Dios:
“Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –dice el Señor–. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes”. Isaías, 55,8-9
¿Queda claro o hacen falta más letras para lo obvio?
Él no piensa como nosotros, y aunque se hizo uno de nosotros, no podemos rebajarle su capacidad de ser Dios a nuestro nivel, simplemente sus pensamientos NO SON como los nuestros.
En esta historia fue el punto a descubrir, me rendí y accedí a ganar rindiéndome.
Antes de entrar en detalles, y como suele pasar, y yo no soy la excepción, déjenme confesar que simplemente ¡no me acuerdo cual era mi bronca en ese momento!. (¿es penoso verdad?, pero cumplo con el requisito de ser humano, ¡cuantos de nosotros, padres e hijos, esposo y esposa, al quererse acordarse de la bronca que tuvieron y de qué y cómo los llevó a “X” situación, no logran recordar ni por qué, ni por donde empezó todo el asunto!).
Para esta ocasión se me había juntado todo, y decidí simplemente dárselo todo a Dios, sin más trámites, mi director espiritual no estaba a la mano, me sentía solo, sin norte, en fin, estaba en medio de la maravillosa batalla de los sentimientos y la fe, que no se ponían de acuerdo. (ni se han puesto, lo que logramos fue un pacto de no agresión, no más)
Y en una de esas hice algo que podría sonar a locura, o inclusive a una estupidez, aunque al final, creo que no lo era tanto por los resultados.
Hice de mi oración y broncas una carta. O sea, le escribí a Dios contándole todos mis asuntos, en especial los más serios para mí en ese momento, por orden de prioridad o dolor, y así me desahogué.
Este es un ejercicio que hemos hecho muchos de nosotros en varios retiros espirituales, inclusive en algunos campamentos hacemos que se quemen las cartas al final en un fogata. Acá la variante fue que al final, en lugar de guardarla en mi escritorio, o en alguna gaveta, decidí meterla a un sobre y enviarla por correo a mi nombre a la dirección de Juventud Nueva, que era el movimiento con el que colaboraba de lleno. Y de remate, puse lo siguiente en la esquina izquierda del sobre, donde va el remitente, De: Jesús de Nazareth. Y como correspondía la metí al buzón de mi barrio.
¿Por qué lo hice?, ¿Cuál era mi idea?, muy simple, todo quedaba en ese sobre, el correo costarricense se tomaría el tiempo normal para enviarla a las oficinas del “Movi”,(mi grupo juvenil) y yo esperaba que en ese lapso Dios hiciera algo conmigo y con la broncas que iban escritas ahí. Sé que suena a poner condiciones, pero lo hecho, hecho estaba.
Cierto es que en algunos países que conozco, si uno de ustedes hiciera esto de escribirle a Dios por correo, tendría que ser por un asunto de largo alcance, pues el correo local puede que te tenga en tensión por varias semanas, viéndome benévolo con el sistema.
Esto es de tal dimensión cultural que en muchos países latinoamericanos decir envíame un correo entre los jóvenes ya es sinónimo de e-mail o correo electrónico. Mientras que los gringos, o los ingleses, por la eficiencia de su sistema de correo diferencian con claridad el “mail” del “e-mail”. (Digo, como nota cultural).
Para los jóvenes que estén leyendo esto y cuya corta memoria cognoscitiva no les dé para entender de que estoy hablando, les digo lo que siempre digo en los conciertos en otro contexto, y a manera de broma, porque ahora aplica:
Mis queridos jóvenes lectores: ¡Hace varios años!…(no tantos conste) existía una cosa llamada PAPEL, y con otro instrumento conocido como LAPICERO se escribían en el mismo nuestros pensamientos, saludos e ideas.
A esto hay que agregar el detalle no menos importante de que se hacía con un ingrediente que está en vías de extinción, BUENA LETRA Y BUENA ORTOGRAFÍA. Como un pequeño y ridículo ejemplo, para que vean cuán prehistórico es esto de lo que les hablo, era cuando la palabra QUE se escribía con la letra Q y no con la ¡¡¡K!!! (el que tenga oídos y teléfono celular, o móvil, que oiga).
Los jóvenes de hoy tienen un concepto de las formas y medios de comunicación que poco tiene que ver con los que estamos un poco más viejos y vimos todo esto nacer, y no solo eso, sino también crecer en forma despiadadamente veloz, y hemos hecho todo por conquistarlo y no quedarnos atrás, ya ni hablar de los abuelos que lo ven de muy de lejos.
Eso lo descubrí por primera vez en una ocasión con mi hija, había terminado su ciclo de primaria, y una gran amiga suramericana que compartía con ella en la escuela se regresaba a su país. Unos días después de acabado el ciclo, Daniela entró a mi estudio y me dijo, -extraño a Pía- su amiga chilena (que por cierto, si se llama Pía, entonces… ¡Es chilena!). Yo por consolar un poco a mi hija, y demostrando mi GAP (o sea, mi brecha generacional) le dije, no te preocupes escríbele para saludarla. -Ya lo hice-, me dijo ella, y yo insistí, -ah pues ten paciencia, ya te responderá-. Y justo ahí se me acabaron las fichas cuando mi hija me dijo: -ya me respondió, ya llegó y está bien, pero la extraño-.
Yo sabía qué era eso de extrañar, ¿pero así?, con esa capacidad de comunicación, no; eso no me había tocado, mis ingredientes de nostalgia implicaban distancia e incomunicación mezcladas, ¿pero esto?.
Pues esto es, hoy por hoy la cosa más simple del mundo para la juventud, el negocio de la comunicación (que no es el don de saber comunicar, favor de no confundir) va vertiginoso, mensajes de texto telefónicos, correos electrónicos, celulares, chat virtuales etc. (mucha herramienta que no siempre coincide con mucha capacidad de usarlas).
Saramago, el escritor, (que acaba de fallecer) decía que “para muchos el internet es un ejercicio de soledad. En fin…el don de estar cerca de los que están lejos y muy lejos de los que están cerca”.
A toda esta maravilla de ir y venir de la información, hay que agregarle el pequeño problema que va a implicar para la comunicación entre los jóvenes y Dios, la seudo velocidad con que esto se hace, me explico:
Cuando un joven o una joven, envían un e-mail, o un mensaje de texto, o algo similar, (no se diga ya un “chat”), lo hacen con la ya incluida idea de que la respuesta debe de ser casi inmediata, y que el otro con el que se establece la comunicación simplemente debe de responder dentro de las medidas de “mi” tiempo, y sin importar lo que esté haciendo, lo debe de interrumpir para darme la respuesta que le pido.
Y esto con Dios mis queridos jóvenes, no va, ni es así.
Conste que no digo que eso tenga algo de malo, pero no hablo de malo o bueno, hablo más bien de lo bueno y lo mejor, que no son siempre lo mismo.
Es bueno comunicarse rápido, pero es mejor comunicarse bien.
Para muchos jóvenes esos segundos, minutos y horas que puede tomar la respuesta cibernética o virtual que esperamos se vuelven una verdadera tormenta de fe y de desesperación. (Pero, ¿Por qué no me responde?, ¿Qué espera?, ¿Qué está haciendo?, ¡¿Quién se cree?!) Hasta hace unos años el dueño de esas reacciones era el señor Teléfono, quien fuera destronado de la pared para pasar a ser móvil. (No sé si les pase, pero lo cierto, es que no hay nada más terrible que estar hablando con una persona en persona, y que una llamada telefónica nos deje fuera de la conversación como si no existiéramos más.)
Yo mismo en el correo electrónico o en las redes sociales, recibo cantidad de escritos y mensajes, y como factor en común de muchos de ellos está el tema de exigir (veladamente) una respuesta inmediata, o de ser atendidos como el único mensaje u correo que haya recibido en mi vida. Y como comprenderán (espero) humanamente hablando, esto es imposible.
Insisto, si Sus pensamientos (los de Dios) no son los nuestros, entonces su forma de responder tampoco, ni va a estar sujeta a nuestros cánones o requerimientos.
Espero estar advirtiéndolo a tiempo, antes de que tu fe tenga medidas virtuales y no espirituales para con Dios y los otros seres humanos con los que convives.
Volviendo a la historia:
Tomé la carta, fui la puse en el buzón de la esquina de mi casa (tenía ese privilegio) y simplemente pasé a concentrarme en otra cosa, total, no era más lo que podía hacer por mí en ese momento.
No tengo el dato exacto de cuantos días después recibí la carta, pudo haber sido una semana, pero lo que no voy a olvidar es como la recibí.
Una tarde me encontraba solo en la sala principal de la casa del Movimiento donde se hacían las reuniones de jóvenes, recuerdo haber estado preparando algo como un tema o similar, muy en mi asunto. Cuando de una de las oficinas salió un amigo del alma, Arturo Londoño, quien era uno de los directores de todo el proyecto. Mientras yo estaba en lo mío Arturo llegó con un toque de extrañeza y cierta risa nerviosa a comentarme:
-Martincillo-(así me decía). -Dime-, le dije sin desconcentrarme de lo que hacía, -te llegó una carta-. (Les debo confesar que no estaba al pendiente de la famosa carta que yo me había enviado, y por lo tanto no andaba en la desesperación de recibirla). -¿Una carta?-. Dije. -¡Ah sí!, ya me acordé, la estaba esperando, muchas gracias- y me disponía a recibirla cuando él insistió.
-Pero espera-, me dijo Arturo, como queriendo decir… ¡esto no acaba aquí!. -¿Qué pasa, pregunté?-. -Es que…el remitente…- Yo empecé a acordarme de lo que me había atrevido a ponerle a ese sobre. -¿Qué pasa Arturo?, ¿Quién es?-. Arturo continuó como sin poder aterrizar la información, y con ojos bien abiertos y la mirada picarezca me dijo -es que aquí dice ¡Jesús de Nazaret!- Y si eso lo tenía extrañado, lo terminé de acomodar cuando le dije como si nada, -¡Exactamente, esa es la que esperaba!.-
Tomé la carta, mi amigo se quedó parado ahí esperando algo más de mí, y le dije para calmarlo, -déjame leerla y cuando lo haya hecho voy a tu oficina y te explico-. Accedió, después pasó a ser un muy buena anécdota de amigos.
Yo sabía bien qué venía escrito en esas páginas, pero el volverlo a leer fue tremendo.
Se me fueron mezclando una serie de sentimientos que conforme leía me hicieron ver todo en perspectiva, como no lo vi al momento de escribirlo, y aunque aún seguía lejos de verlo como lo veía Dios, por lo menos estaba bastante más de ubicado de como lo viví en el momento de enviarla. No era un pensamiento el que estaba en esas palabras, era una tormenta del alma, un desahogo, una llamada de auxilio, y ahora esa oración en correspondencia volvía a mí a darme una gran lección.
Algo que sentía mientras más volvía a leer la carta, era una cierta vergüenza con Dios, no puedo decir que todo sobre lo que escribí ya se había resuelto, porque no era así. Pero sí que para mí mucho de lo que estaba ahí escrito ya no era ni importante, ni urgente. Y eso me hacía sentir cosas encontradas conmigo mismo. Ciertamente, en una mínima forma podía ahora compartir la paciencia de Dios conmigo, y verlo sonreír sin quejarse, solo diciéndome, “la leí, ahora léela tú y descubre mi respuesta”.
La lección fue grande, le pedí perdón al Señor por mi actitud altanera al orar, por pedir demandando, por darle instrucciones de como debía escucharme. Pero también le di muchas gracias por su paciencia, inclusive por no contestarme algunas oraciones que al final hasta yo mismo sabía que iban a hacerme daño, y eso me hablaba de la calidad de Padre que tenemos en Dios que por amor sabe que hay oraciones que no debe respondernos como creemos nosotros que debe ser.
Les comparto para terminar tres de mis versículos guías en esto:
El primero es casi un epílogo de la increíble disertación sobre el tiempo que hace Salomón, después de decir, como nadie lo ha vuelto a decir, que hay un tiempo para cada cosa, dice para rematar el en versículo 14 del capítulo 3 de Eclesiastés:
“Y también sé que todo lo que Dios ha hecho permanecerá para siempre.
No hay nada que añadir ni nada que quitar;
Dios lo ha hecho así para que delante de él se guarde reverencia”
La voz de los viejos es testigo de esto, si Dios lo hizo, no hay que retocarlo. Habrá que amar, que sufrir, que luchar, pero solo son tintes del gran cuadro que Dios ya sabía como iba a pintar.
El segundo, siempre se lo regalo a los que están en la batalla de la oración, Dios tiene capacidad de responder siempre mejor de lo que se lo pedimos, pero ese “mejor” no coincide con nuestras medidas de “mejor” nunca, y cuando a veces descubrimos que el hecho de no responder ya es una enseñanza, entonces aprendes y lo dejas ser Dios sin más estorbos.
“Y ahora, gloria sea a Dios, que tiene poder para hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos, por medio de su poder que actúa en nosotros” Efesios 3,20.
Y finalmente me encanta compartir con los jóvenes y sus sueños la regla de oro de que la Voluntad de Dios tiene tres cualidades totales, buena, perfecta y agradable. Que no le tengan miedo al Plan de Dios, que lo que venga en la carta del cielo para ti siempre será lo mejor, y que recuerdes que es la fe la que enseña a leerla y la que agrada a Dios.
“cambiad vuestra manera de pensar, para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto”. Romanos 12,2b
No tengo que recordarte que hay mil cosas cada día que traen el remitente de Jesús con cariño para ti, deja que el Espíritu Santo te guíe para descubrirlas, disfrutarlas y compartirlas.

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