05 enero 2011

Educar en tiempo de crisis, por Antonio Matilla

En medio de la siesta obligada por el calor que también afecta al embalse de Alarcón, donde me encuentro participando en el campamento‘Desencadena2’, junto a otros doscientos monitores del Movimiento Scout Católico, para dar los últimos toques al ‘Programa de Jóvenes’, o sea al Proyecto Pedagógico del Escultismo, me llegan ecos de que la crisis no está afectando a la matrícula de nuevos alumnos en la Universidad, sino más bien al contrario: a más crisis, más estudio.

La formación de un buen profesional da para varias legislaturas. Desde Infantil hasta el Master o una Formación Profesional de nivel, más o menos veinte años. La crisis es una magnífica ocasión para que los padres –y los propios alumnos, una vez alcanzado el ‘uso de razón’, cosa a la vez muy antigua y la más moderna que existe, y que suele darse mucho antes de los dieciocho años- se planteen con radicalidad cómo educar a sus hijos. Hay varias opciones: a) satisfacer de inmediato sus deseos, actitud coherente con el derroche que ha conducido a la actual crisis; b) proponer a niños y jóvenes un sistema de valores trascendentes –más allá de las modas políticamente correctas del momento- y que pueda servirles para un roto y para un descosido, para períodos de abundancia y de vacas flacas, para un Presidente de Gobierno y para su contrario.
Hay valores que van más allá de nuestras narices y nos trascienden: la ayuda –filantropía, se decía antes-, la solidaridad, el ecologismo, la paz perpetua; pero permanecen de tejas abajo y corren el riesgo de quedar enterrados cuando ‘se nos caen los palos del sombrajo’ que tan trabajosamente hemos levantado. Hay otra trascendencia ‘de tejas arriba’ que proporciona la fe cristiana; es más universal, más integral, más ‘holística’; tiene en cuenta a las demás, las respeta, dialoga con ellas y, humildemente, las supera. Y en eso hemos andado en Alarcón, con los pies en la tierra seca, el corazón trascendido en fraternidad y la mirada levantada a las estrellas porque no queremos que la trascendencia se nos marchite.
Antonio Matilla, sacerdote

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