05 enero 2011

Sarkozy dice no al burqa y pone a prueba la verdadera laicidad de Francia, por David Blázquez

Cronología de los hechos
22 junio 2009. Nicolas Sarkozy declara en el Parlamento francés, reunido solemnemente en Versalles: “El burqa no es bien recibido en territorio francés. No es ésa la idea que la República tiene de la dignidad de la mujer”.
Diciembre 2009. Jean-François Copé, diputado de UMP, anuncia la presentación de una proposición de ley con el objetivo de prohibir el uso del velo integral en todos los espacios públicos, y no sólo en los lugares destinados a los servicios públicos. La proposición “quiere mostrar un signo sólido –afirma Copé- a favor del respeto a la mujer” y “preservar la seguridad de los ciudadanos”. François Sauvadet, de Nouveau Centre, destacó a su vez que “no es un problema religioso, sino de la dignidad de la mujer y de los valores de la República”.

29 enero 2010.El primer ministro, François Fillon, pide al Consejo de Estado que estudie “las soluciones jurídicas que permitirían la prohibición del velo integral” y encuentre la forma “más amplia y efectiva posible” de tal modo que “no ofenda a nuestros compatriotas de confesión musulmana”.
30 marzo 2010.El Consejo de Estado presenta al primer ministro el Informe sobre las posibilidades jurídicas de una ley que prohíba el uso del velo integral en los lugares públicos. El Consejo de Estado se muestra contrario a una proposición de este tipo, por los motivos siguientes:
1.- Ya existe una ley que prohíbe el uso del velo integral en determinados lugares como los servicios públicos y los aeropuertos.
2.- Una ley así podría entrar en conflicto con la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
19 mayo 2010.François Fillon y Michèle Alliot-Marie, ministro de Justicia, presentan el proyecto de ley para su votación después del pronunciamiento negativo del Consejo de Estado, explicando que dicho pronunciamiento tiene un carácter consultivo y no vinculante.
13 julio 2010.Se discute la ley en las sesiones del 6, 7 y 13 de julio, y se aprueba en esta última, con 335 votos favorables (los del partido UMP de Sarkozy, los del Nouveau Centre y los de 20 diputados de partidos de izquierda) y un voto en contra. Casi toda la oposición (PS, PCF y los Verdes) se abstiene.
Los términos del problema
Muchos de los críticos de esta ley, de entre los cuales muchos católicos, se han apresurado a descargar sus municiones contra una Francia laicista que querría, una vez más, meter las narices en asuntos puramente religiosos. En mi opinión hay que intentar no caer en la trampa que nos pone un cierto Islam y situar este proyecto de ley en un contexto distinto al de la laicidad, a saber, en el del fracaso del modelo de integración cultural francés. A finales de enero de 2009 Jean-François Copé, diputado de UMP, y uno de los cerebros de esta ley, y François-Fillon, primer ministro francés, han insistido en subrayar que lo que quiere regular este proyecto de ley no son aspectos religiosos sino dos derechos: la seguridad y la dignidad de la persona (especialmente de la mujer).
En la exposición de motivos del proyecto de ley podemos leer: “La ocultación del rostro en el espacio público comporta una violencia simbólica y deshumanizante que afecta al cuerpo social”. O también: “Si la ocultación voluntaria y sistemática del rostro constituye un problema, es sencillamente porque va en contra de las exigencias fundamentales de la vida en común de la sociedad francesa”. Y aún más: “La ocultación sistemática del rostro en el espacio público, contraria al ideal de fraternidad, no responde a la exigencia mínima de civilización necesaria en las relaciones sociales”. Por tanto, lo que encontramos no son razones de tipo religioso. En este sentido, y tratando de responder a aquellos que en este punto querrían acusarme de ingenuo y decirme que éste es sólo el primer paso para de cara a la prohibición del velo, hay que recordar que Nicolas Sarkozy se ha pronunciado en no pocas ocasiones en favor de la libertad religiosa, de la laicidad positiva del Estado (discurso de San Juan de Letrán) y del derecho al velo como expresión religiosa en el espacio público (tras el famoso discurso de Obama del 4 de enero de 2009 en El Cairo).
Como ha señalado recientemente en un artículo la diputada italiana del PdL Souad Sbai, “el burqa y el niqab, como recordaba el gran imán de la universidad de Al Ahzar de El Cairo, no tienen nada que ver con la religión”. Por esta razón, y como afirma Copé, “no se trata de un problema religioso, porque el burqa no es una prescripción religiosa”.
Un proyecto de ley muy controvertido
Muchos han sido los que han criticado este proyecto de ley y han atacado sus motivaciones. Hay quien ha preguntado, cosa que me parece muy oportuna porque permite emerger con más claridad las razones, por qué es tan urgente una ley que afecta a menos de 3.000 mujeres en toda Francia (los mismos, por cierto, que piden a gritos las uniones entre personas del mismo sexo, que en España han supuesto una media del 1,6% de los matrimonios celebrados desde 2005 y alrededor de 3.000 al año). Otros, como Martine Aubry, presidenta del Partido Socialista francés, se limitan a decir, sin argumentos sólidos, que “hay que dejar de pensar que el burqa es el problema más importante de los franceses” o a subrayar la difícil aplicación que tendría una norma así. “La prohibición en todos los espacios públicos –afirma Aubry– no será operativa”. Los últimos, sumándose a la crítica del punto 2 del informe del Consejo de Estado, se muestran contrarios a una ley que entraría en conflicto con el derecho fundamental a la libertad de las mujeres que decidieran ponérselo voluntariamente.
Aunque en líneas generales estoy de acuerdo con el proyecto de ley y lo considero oportuno querría, no obstante, poner de relieve dos aspectos del texto que, a mi juicio, carecen de consistencia. En primer lugar deberíamos preguntarnos, como parece sostenerse, si los derechos que quiere preservar la ley nacen de valores exclusivamente europeos o franceses. En la exposición de motivos, muy limitada a este respecto, se hace mención únicamente a los valores “nacidos de nuestro [francés republicano, claro está] pacto social”. Haría falta, si nos ponemos a decir las razones, una referencia más universal y menos ideológica. Algo así como que tales valores forman parte de la humanidad de todos, también de la de quienes se oponen a ellos, y no sólo de la de los franceses roussonianos que han decidido darse tal norma. En segundo lugar, encuentro inconsistente la referencia a la seguridad como motivación de la ley. Es, me parece a mí, un añadido innecesario a la más que suficiente motivación de la dignidad. Y es, de hecho, el punto más débil y más necesitado de excepciones: se podrá tener el rostro cubierto en los lugares públicos –tal y como sanciona el artículo 2 de la ley– “por razones médicas, por motivos profesionales, y en las fiestas o expresiones tradicionales”.
El fracaso del modelo francés de integración
Si no tenemos que leer este proyecto de ley bajo la óptica de un ataque oculto a la libertad religiosa, ¿cómo hacerlo entonces? Esta norma quiere ser, como dice Jean-François Copé, “un signo fuerte”. El modelo francés de integración política, para el que cualquiera que llegaba a Francia se encontraba con un espacio vacío y abstracto, sin historia ni ideales en el que instalarse a su gusto sin hacer las cuentas con la tradición del país que encontraba, está obsoleto. La Francia del permisivismo cultural que creía poder controlar cualquier realidad étnica o religiosa integrándola en el espacio vacío de la ciudadanía republicana ha sentido la necesidad de recordar algunos de los valores fundamentales de su historia. Valores que se resiste numantinamente a reconocer enraizados en la experiencia judeo-cristiana y que sigue llamando únicamente republicanos. Valores, como por ejemplo, que el rostro es expresión de lo humano (“La cara es el espejo del alma”, dice el refranero popular español) y que quien no lo quiere mostrar no puede frecuentar el espacio de público y ni es de fiar. Francia ha sacado pecho, no por casualidad, al tener que habérselas con una práctica propia de un cierto islamismo para el que la separación entre autoridad religiosa y política no existe.
Decir “nosotros los franceses” quiere decir algo concreto
Sarkozy, ayudado por el impasse de una izquierda que por una parte no quiere ofender a un cierto islam y por otra no sabe si defender la “libertad” de las mujeres que quieren ponerse el burqa o la dignidad de las que están obligadas a llevarlo, quiere empezar a trazar una línea roja de mínimos. Si quien vive en Francia, o quien llega, quiere llamarse francés y disfrutar de las posibilidades que ofrece la ciudadanía gala, tendrá que saber –al menos, y más allá de los principios abstractos de la liberté, l’egalité et la fraternité – tres o cuatro cosas fundamentales. La primera, como ha sido decretado hace no mucho, la lengua francesa. La segunda, como parece querer esta ley, que el rostro tiene un valor y que en Europa sabemos que es más humano mirarse a la cara que no hacerlo.
Y es entonces, para quien quiere tener el rostro descubierto, cuando se plantea, esta vez sí, el problema de la laicidad del Estado.
Queda por ver, como siempre cuando hablamos de Francia, si estos hombres y mujeres a rostro descubierto querrán y podrán expresarse en el espacio público sin tener que renegar de su diferencia. Si se les valorará y se estimará su colaboración al bien común de la República como cristianos, musulmanes, judíos o ateos, o si tendrán que contentarse con poder –y, desde ahora, deber– llevar sus rostros bien descubiertos pero perfectamente homogéneos y deshumanizados.
Publicado en ilsussidiario.net

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