Tengo amigos que no están de acuerdo con el actual “modelo de Iglesia”. Tienen razón. Ya dijo el teólogo calvinista Gisbert Voetius en el Sínodo de Dordrecht, celebrado entre 1618 y 1619, que “Ecclesia Semper reformanda est”: la Iglesia siempre necesita reformas. Si no nos gusta un modelo es que tenemos otro en la mente y en el corazón. Lo normal es pensar en la Iglesia de los primeros tiempos como ejemplo a imitar en todas las épocas; pero es difícil, porque cada época es hija de la anterior y, por tanto, distinta. Para un creyente, la Iglesia es un don de Dios, obra permanente del Espíritu Santo que actúa en el mundo a través de instrumentos imperfectos que somos nosotros. Desde un punto de vista meramente histórico y sociológico, la Iglesia es un dato que está ahí; como dato no se debe despreciar so pena de ir contra la inteligencia.
Hay dos maneras de reformar la Iglesia: una es partir del don y del dato, asumir su historia, con defectos y virtudes, e intentar que se parezca lo más posible a la comunidad de los Hechos de los Apóstoles. Reformar la Iglesia desde dentro, como Pablo de Tarso, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Juan de Ávila; y en estos tiempos modernos Juan XXIII, Pablo VI, Teilhard de Chardin o Teresa de Calcuta, por no citar sino unos cuantos reformadores entre miríadas de ellos.
Cuando se intenta cambiar la Iglesia desde fuera, la experiencia histórica nos dice que el reformador tiene que ponerse “en manos del príncipe”; del señor feudal como hicieron los reformadores protestantes, hasta convertir la Iglesia Universal en Iglesias nacionales. En la actualidad podrán apoyarse en el “señor” poder nacionalista, en un partido político o una Central de Inteligencia. Domesticar la Iglesia es más racional que destruirla.
La Iglesia Católica actual tiene muchos defectos, como se encargan de contarnos cada dos días y el del medio algunos medios de comunicación, pero es una Iglesia plural, con una variedad interna que a veces marea. Y es que para salvar la singularidad y la particularidad es imprescindible la unidad. La Filosofía, a veces, es muy práctica.
Antonio Matilla, sacerdote
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