05 enero 2011

Dos jóvenes curas mártires, por José Manuel Vidal

Entraron en la iglesia, abarrotada de gente que celebraba la misa del domingo, y se fueron directamente al altar. A por los dos curas. Jovencísimos. El P. Wasim Sabih, de 27 años, y el P. Athir, de 32. Sabían que si mataban a los pastores, asutarían aún más a los fieles. Se acercaron a ellos y les pusieron una pistola en la sién. Los pastores, dispuestos a dar su vida por sus ovejas, no se asustaron. “Mátenme a mí, pero dejen a los fieles en paz”, les suplicó el Padre Athir. Pero los fanáticos le replicaron: “Conviértete al Islam, porque de todas formas vas a morir”. Y le dispararon en la cabeza.

Dos nuevos mártires de la fe. Dos curas muy jóvenes, pero capaces de ofrecer su vida por los demás.
Hoy que los curas están en la picota por culpa de las manzanas podridas que hay en su seno y por el sistema de silencio cómplice vigente hasta ahora como algo generalizado, el ejemplo de estos dos curas viene a poner las cosas en su sitio. Las manzanas podridas son pocas. Los curas normales, que dedican su vida al servicio de los demás, la inmensa mayoría. E incluso hay algunos héroes, como los dos de Bagdad. O como los más de 15.000 misioneros españoles, auténticos ángeles en los infiernos del mundo.
En nuestro propio país, cuando el mundo rural languidece y todos escapan de él, los curas permanecen. En sus pueblos. Con su cercanía de siempre. Compartiendo dolores y penas. Y alegrías, que también las hay. Enterrando con piedad a los que quedan, casi todos mayores. Haciendo lo que siempre hcieron: conocer a los suyos por sus nombres y quererlos mucho.
La sociedad española debería levantarle un monumento (real y en su memoria) al cura de pueblo. Curas que, como el padre Athir, dan la vida por la gente. Poco a poco y en silencio.
José Manuel Vidal

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