Me llamo Fidel Mateos, y tengo un DNI como el de cualquier español. Y ¿por qué digo esto? Uno puede dar por hecho que si digo que soy cristiano tengo que ser de una determinada manera, como si uno por tener el Documento Nacional de Identidad fuese igual a todos. Con esa normalidad vivo mi fe cada día. ¿Qué significa esto?
Que me levanto igual por las mañanas para ir a trabajar, que cojo el metro, que tengo que pagar la factura de la luz o del agua, que me divierto con mis amigos, que tengo el deseo de ser feliz, de que me quieran y de amar a otros. Creo que hasta aquí puedo ser como cualquier otro. Pero ni mi ser cristiano es algo para mi vida privada, ni tampoco para irlo gritando en la puerta del Sol. Yo sería tonto si negase que vivir mi fe me hace ser menos. Como si tuviera que vivir una vida peor que escogiendo otras opciones. Si soy así es porque la vida que llevo es la que más contento me hace estar, desde que la vivo puedo asegurar que no he encontrado nada mejor para vivir cada día. Y si alguien lo ha encontrado le reto a que me lo cuente para yo irme a vivir esa vida que me propone.
En mi día a día no falta mi momento de oración, de amistad con Dios. Mi intento de mostrarme a los demás como soy, de estar preocupado por la gente que quiero y mirar a los que peor me caen de una forma que me corresponda más que con mala cara. Mi vida como cristiano intenta que sea una entrega a los demás. No es nada fácil. Pero no puedo negar que cuando hago esto acabo más contento. Que cuando voy a Misa, que cuando cuido mi oración, que cuando hago las cosas diarias contrastando lo que vivo con el Evangelio y con otras personas que van por delante en la vida… que viviendo así estoy más contento. Es algo normal, pero a la vez me parece algo extraordinario.
Intervención en Cope (Nos ponemos en marcha)
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