11 diciembre 2012

El deporte como religión (Francesc Torralba Roselló)

El actual culto al cuerpo es narcisista, muy distinto al olimpismo del barón de Coubertin. 

No cabe duda que, desde hace ya unas décadas, el deporte se ha convertido en un fenómeno de masas, en un evento que trasciende la actividad física individual y que altera, significativamente, otras variables de la vida comunitaria, variables de orden económico, social e inclusive espiritual.

Los sociólogos del deporte han explorado el mercado que genera esta actividad humana y la riqueza que se produce alrededor de este fenómeno en las sociedades avanzadas. Es un mercado que crece, tanto por la incorporación de nuevos actores, como de espectadores. Los analistas han puesto de relieve los nuevos hábitos sociales, ritos y costumbres que se articulan en torno al fenómeno deportivo.
El espacio televisivo dedicado al “deporte nacional” es muy significativo y, además, tiene unas altísimas cotas de audiencia que legitiman su presencia. Las grandes superficies dedicadas a material y prendas deportivas se multiplican en las grandes ciudades y también las áreas dedicadas a la ejercitación del cuerpo: salas de gimnasia, aeróbic y otras mil modalidades.


Estamos frente a un fenómeno que mueve muchas masas humanas diariamente y que, visto desde fuera, como un puro observador, puede ser visto como una nueva forma de religión laica, con sus templos, sus ritos, sus mitos, sus indumentarias y, como no, sus sacrificios. De hecho, el mismo movimiento olímpico inspirado por la lejana figura del barón de Coubertin tenía todos los rasgos de una religión laica, no sólo desde el punto de vista de su escenificación y ritualismos, sino desde el punto de vista del contenido, puesto que a través de el olimpismo se pretendía transmitir valores nobles, establecer vínculos entre pueblos y naciones y desarrollar al máximo nivel posible el potencial físico y emotivo de la persona. Pero la religión del cuerpo que se practica en nuestras sociedades avanzadas tiene otros rasgos. Es esencialmente individualista y narcisista.

El yuppi estresado blinda tres horas de su agenda semanal para acudir a un centro deportivo. En ese templo de la corporeidad, trabaja sus músculos, se viste con la indumentaria pertinente para hacer tal actividad, se evade de su vida ajetreada, recupera fuerzas, toma aliento, incluso puede meditar o reflexionar sobre su modo de vida y sus múltiples problemas.
Este mismo individuo practica una alimentación sana, vive instalado en una permanente cuaresma para conseguir unos determinados resultados estéticos. Se esfuerza, suda e inclusive se sacrifica para mejorar sus marcas personales y su rendimiento físico.

En esta nueva forma de religión también hay lugar para el ascetismo, la abstinencia y el autodominio. Además este nuevo actor tiene sus ídolos, sus arquetipos masculinos o femeninos que son objeto de adoración y de culto. En ocasiones, no sólo eso, sino que además generan inmensos procesos de imitación, no sólo en el vestir, sino también en los gustos y apetencias de tal ídolo.
 
Este tipo de religión desata pasiones, euforias, alegrías, pero también penas y culpabilidades. El feligrés de esta nueva iglesia se siente culpable cuando no ha comido como debía, cuando no ha rendido físicamente como se esperaba de él. Necesita también de la reconciliación, de la penitencia.

No cabe duda que este deseo de la práctica deportiva puede obedecer a finalidades muy distintas, pero eso no excluye el deseo de sentido, la sed de liberación, la necesidad de romper con una vida monótona y gris, una vida rutinaria, donde todo ya está escrito. En el deporte hay épica, lucha, esfuerzo y ello no siempre se halla en la vida cotidiana.

Esta nueva forma de religión no sólo tiene su estética, sino también su ética, sus ritos, sus templos y sus ídolos. A pesar de todo, puede haber algo en ella significativamente positivo, en la medida en que la práctica deportiva estimule el cultivo de determinados valores y virtudes que son fundamentales para la vida civilizada.
Más allá de la moda, de los intereses publicitarios y mercantiles, en este fenómeno de masas puede haber una motivación espiritual muy honda que las religiones tradicionales y, particularmente, la cristiana, debe considerar, puesto que, mientras se cierran templos cristianos y se pierden determinadas costumbres y hábitos tradicionales, emergen nuevos templos del cuerpo, nuevas abstinencias y ritos sociales que sustituyen los de antaño, aunque, muchas veces, no seamos, ni siquiera conscientes de ello.

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