El autor de «La sangre del pelícano» o «El arca de la isla» explicó a Gonzalo Altozano por qué la familia constituye «una Iglesia doméstica».
Los lectores de Miguel Aranguren saben que, además de con sus novelas, sacia pintando su multiforme impulso artístico. En No es bueno que Dios esté solo han descubierto que, además, esculpe -una habilidad reciente, confesó-. Y el programa de entrevistas de Gonzalo Altozano en Intereconomía TV se abrió con una notable talla en madera de tilo en sus manos mientras anunciaba que está trabajando ya en una próxima obra: "Algo que sorprenda, atraiga, guste e incluso genere polémica", detalló quien, a juzgar por el éxito de La sangre del pelícano, La hija del ministro o El arca de la isla, ha demostrado que sabe cómo hacerlo.
La mayor fortuna
Casado muy joven y con cuatro hijos, la familia no frenó el impulso literario de alguien que, con 17 años, estaba en Kenya viviendo emociones fuertes y apuntando maneras de escritor trotamundos: "Al revés, tener familia me hace aprovechar mejor el tiempo. Mi familia es el mejor de los viajes y la mayor de mis fortunas".
Aunque es algo más: "El hogar es Iglesia doméstica. Lo creo, lo vivo... y lo pido. A mi familia la tengo puesta en manos de San José. Y creo en la presencia de los ángeles: los niños, el matrimonio, el mismo hogar lo tienen propio. El hogar es Iglesia doméstica porque aquí se respira lo que es Dios, pues Dios es una realidad familiar".
Entre una playa de África y la Madre Teresa
¿Y ha tenido él una experiencia personal de Cristo? Aranguren relató a Altozano "un momento especial e íntimo" de su vida: "Tengo 17 años, estoy en una playa del este de África, mirando el Oceano Índico, y sin darme cuenta acabo pensando que soy algo más que un adolescente que ha caído en medio del mundo. Me pregunté si Dios no querría contar conmigo, más en concreto si Cristo no querría contar conmigo". Fue entonces cuando comprendió mucho de la fe aprendida en casa y en el colegio: "Dios no sigue el discurso de los hombres, tiene sus propios planes", añade.
No habla sólo de sí mismo, también de los demás: "Me parece divertido ver cómo Dios se las arregla para llegar a todo tipo de corazones". Lo hace, sobre todo, cuando rezamos: "La oración es un momento en el cual nos despojamos de nuestro yo y volvemos a ser una criatura en Sus manos".
Así se lo plasmó la Madre Teresa de Calcuta en una carta que le escribió, donde junto a la firma aparecía en pocos trazos a lápiz una mano, y en medio de la mano, un bebé. Aranguren se encontró con ella en algunas ocasiones: "Me impactó. Era -lo digo en tono jocoso- muy fea, muy pequeña, muy arrugada, muy doblada... Pero tenía un halo de misticismo que durante unos instantes me hizo sentir la realidad del cielo".
Como en aquella playa africana, cuando aún era sólo un proyecto de escritor. Hoy, el objetivo de sus novelas da sentido a su carrera literaria y es, concluye, mucho más sencillo que entretener o evangelizar: "Que, cuando el lector las termine, se sienta mejor persona".
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=25659
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