1.- No podemos caer en la desesperanza, en el derrotismo, en el lamento, en el catastrofismo o en la nostalgia. Tampoco es buena actitud la de minusvalorar, minimizar o esconder la realidad o la del triunfalismo o la autocomplacencia.
2.- Es aceptar hoy y siempre a los jóvenes como lo que son: jóvenes. No podemos pretender tener jóvenes “viejos”, jóvenes prematuramente adultos, al igual que tampoco los adultos se han de hacer los jóvenes.
3.- Debemos conocer y asumir sus lenguajes, su cultura, sus modos y sus modas. Son hijos de su tiempo y de su generación.
4.- Debemos descubrir, desenmascarar y denunciar, con ellos, que son los adultos quienes traman y quienes se benefician de lo que podríamos denominar los vicios, pecados y lacras de los jóvenes.
5.- Las autoridades deben contribuir de manera efectiva, con la legislación y las medidas pertinentes y oportunas a que los jóvenes no se sean pasto fácil e indefenso del consumismo, del hedonismo, del alcoholismo, de la drogadicción y de las demás adicciones.
6.- Las familias, los centros educativos, las parroquias, las comunidades y movimientos y los medios de comunicación deben comprometerse a formar a los jóvenes en los valores esenciales de la vida. Y el mejor camino para ello es el testimonio y el ejemplo. La “culpa” nunca es solo de nadie o dicho de otra manera, la culpa es de todos.
7.- La Iglesia debe invertir tiempos, personas y efectivos de toda índole en la preparación de agentes de pastoral juvenil. Debe asimismo fomentar asimismo ámbitos propios de formación, de ocio y de vida cristiana para los jóvenes. Los jóvenes son primeros y extraordinarios apóstoles y evangelizadores de los mismos jóvenes.
8.- La Iglesia debe mostrar el Evangelio a los jóvenes tal cual es el Evangelio. Sin rebajas, sin edulcorantes, sin engaños. Con verdad, con valentía, con amor. Como hizo Jesús como el joven rico. Como Ignacio de Loyola interpelaba a Francisco Javier.
9.- La Iglesia estar con los jóvenes, debe acompañarles de manera efectiva y afectiva. Debe, pues, acercarse a los jóvenes, hacerse presentes en medio de ellos, en sus ambientes y en sus vida. Y debe hacerlo como Iglesia. Debe conocerlos, acompañarlos, escucharlos, sin paternalismos o “colegismos” varios, vanos y siempre, tarde o temprano, estériles.
10.- Es necesario sembrar, orar, servir, esperar y, sobre todo, amar. Y todo ello, a tiempo y a destiempo. Con toda la paciencia y con toda la perseverancia y, sobre todo, con todo el cariño.
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