Hace poco más de un mes, una tarde de jueves, maleta en mano y ánimo decaído me fui hacia el Bernabeu donde me esperaba un autobús que me llevaría a la casa donde realizar “Mi cursillo de Cristiandad”. Y digo mío y digo bien. Una experiencia única para vivirla personalmente con el Señor.
Yo había oído mucho acerca de cursillos. Que si es un bombazo, que si te cambia la vida, que si iba a llorar un montón…Estrictamente no sucedió nada de eso. De hecho, tampoco iba yo con ningún interés de cambiar mi vida. Siempre hay cosas que mejorar, qué duda cabe, pero a mi me gustaba mi vida antes de llegar a Cursillos. Apenas lloré, quizá alguna lágrima furtiva más por cansancio que por otra cosa. Y bombazo, bombazo no me pareció.
Sin embargo sí puedo afirmar que aunque la Marta que llegó y salió de ese cursillo es la misma, hay algo en mí, profundo, misterioso y verdadero que ha cambiado. Los problemas son los mismos, las alegrías no han cambiado, pero sí, quizá, mi forma de enfrentarme al mundo, a mi mundo y a las cosas que suceden.
A día de hoy sigo sin responderme a la pregunta de por qué fui. Una llamada interna, una sensación, un resorte. El Espíritu Santo guiándome sin saberlo. El caso es que fui y las razones que me impulsaron carecen de importancia. Fui y tuve que hacer un esfuerzo, por vencer la pereza, mis miedos, mis inseguridades y mis rutinas. Pero cada minuto que pasaba, cada hora, cada día, mi corazón de piedra comenzaba a ablandarse. Suave y lentamente…pero ablandándose. Hasta que algo caló. No fue una cosa concreta ni una persona específica. No hubo fuegos artificiales ni dramas de telenovela. Solo una certeza clara y profunda: el Señor, llamándome por mi nombre y eligiéndome. ¡a mi! Mísera y huidiza que tantas veces le había dado la espalda. Otra oportunidad, otro momento en el que subirme al carro, y una voz profunda y clara que me recibía, una vez más, con amor infinito.
Lo leí hace muchos años en un “happening”. “Yo he conocido la Verdad y ya no puedo perderme” (Dostoievski)y lo repito en mi interior y resuena en mi cabeza. A veces desviaré el camino, sucumbiré a mis flaquezas, desperdiciaré mis fuerzas y le volveré la espalda. Pero yo sé hacia dónde he de caminar, quién sostiene mi vida y cuál es la luz que tiene que alumbrar. Porque si no, si reniego, si me erijo como dueña y señora de mi vida sólo me espera la desgracia de mi pequeñez.
Vivir sostenida es un misterio y un regalo. Puedo afirmar que he vuelto siendo la misma pero que mi vida es mejor, mi sonrisa más auténtica y mi ilusión renovada. He comprendido que sin la oración no puedo avanzar y que quiero VIVIR, porque sobrevivir es una ardua tarea a la que no quiero dedicar mi vida.
Bendito cursillo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario