La adaptación de Tom Hooper (director de El discurso del rey) se abre con el atormentado héroe Jean Valjean (Hugh Jackman), el prisionero número 24601, condenado a trabajos forzados por haber robado un trozo de pan. Su historia habla de una reconquista, de una redención, de un viaje en busca de la dignidad y el amor, huyendo de la rígida y brutal convicción del carcelero Javert (Russell Crowe) de que un ladrón sólo puede vivir en el mal.
Liberado tras una amnistía, Valjean se convierte en alcalde y asiste a la muerte de la joven Fantine (Anne Hathaway), una madre infeliz y desgraciada que, tras perder el trabajo, se sacrifica a sí misma para mantener a su hija, Cosette. Profundamente impactado por esta historia, el protagonista promete hacerse cargo de la niña y aprende a ser padre, la rescata de dos astutos posaderos (la cómica pareja formada por Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter) y la cría como si fuera una hija. Encuadrada en un primer plano, Fantine canta su dolor por una vida que no ha sido lo fantástica que ella soñaba de pequeña. El amor la ha defraudado, los hombres han pisoteado su dignidad. El sueño se ha hecho pedazos del modo más cruel y la ha dejado en el abismo.
Como en los clásicos relatos victorianos, encontramos huérfanos, benefactores, hombres crueles y sutiles timadores, mujeres caídas en desgracia, pero también amores soñados, puros y atormentados. La Historia sirve de trasfondo a la vida de los personajes, entrometiéndose en sus proyectos y esperanzas, llevando el peligro y la muerte a través de la lucha entre el ejército francés y los revolucionarios republicanos.
La “caza al hombre” de Javert en contra de Valjean prosigue a lo largo de los años, acompañando la adolescencia de Cosette que, convertida en una joven mujer, conoce el amor romántico gracias al encuentro con Marius (Eddie Redmayne), un estudiante que decide abandonar su clase social para abrazar la causa del pueblo. Y en medio del sufrimiento, la miseria, la violencia, el amor consigue abrirse camino.
Lo vemos en el sueño romántico de Marius y Cosette, pero aún más en la pasión no correspondida de Eponime (Samantha Barks), que interpreta la célebre On my own bajo la lluvia de París después de haber renunciado al hombre que ama, cuyo corazón pertenece a otra. Y también en la historia de Valjean, que logra alcanzar la paz al cumplir su promesa, al recuperar la capacidad de amar y perdonar.
Fuerza e intensidad permean cada secuencia del film, desde el esfuerzo físico de los prisioneros en la obertura hasta las trágicas muertes, llevando al espectador por un torbellino de emociones que le pueden dejar encantado o decepcionado, pero en ningún caso indiferente. También hay espacio para la comedia, de vez en cuando, confiada a las intrigas y a la cara dura de los posaderos, que se afanan en defender su pequeño mundo materialista.
Como toda obra coral, Los miserables es muchas cosas juntas, porque retrata al ser humano en toda su complejidad. Habla del deseo de justicia, que lleva a la lucha por un ideal incluso contra toda probabilidad de éxito. Habla del amor, sagrado y profano, que guía las acciones de los hombres y determina su destino. Y habla de la esperanza, que resiste incluso cuando todo parece perdido, iluminando la vida tanto de los más afortunados como de los miserables.
(publicado en Il Sussidiario)
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