22 febrero 2013

Javier Prades: 'El Papa con su renuncia ha querido mostrar que Dios está presente en la historia'


Entrevista a Javier Prades, rector de la Universidad de San Dámaso.
 
¿Qué significa la renuncia de Benedicto XVI  para la vida de la Iglesia?
Todos lo hemos percibido como algo excepcional, como un hecho que tendremos que comprender en el tiempo, que va a mostrarnos muchas implicaciones, pero que debemos comenzar a valorar precisamente a partir del momento justo en que hemos recibido esta noticia. Ahí es donde se puede reconocer más fácilmente el valor inicial del gesto que ha hecho el Papa. Todos, cuando hemos oído esta noticia, podríamos decir dónde estábamos, con quién estábamos y cómo nos hemos quedado: inevitablemente parados, llenos de una pregunta y llenos de un cierto silencio. Nos hemos preguntado: ¿pero cómo es este hombre, de qué vive este hombre para poder hacer un gesto que ninguno hubiera esperado? Lo primero es respetar esa primera experiencia que todos hemos tenido de sorpresa, de admiración, de pregunta, porque aquí se encierra, creo yo, una de las claves de la figura y del pontificado de Benedicto XVI.

¿Qué tipo de personalidad es la de Benedicto XVI, qué le lleva a tomar una decisión de este tipo?
El tópico es que es un intelectual, un profesor, como se ha repetido hasta la saciedad en los periódicos estos días. Y no es que sea falso. Yo subrayo otra cosa que me impresiona desde hace años en la figura de Ratzinger/Benedicto XVI y que creo que este acto de renuncia confirma. Y es que Benedicto XVI es un testigo, un testigo de Otro. Lo que el Papa hizo el lunes nos ha abierto a todos la pregunta sobre Dios, sobre su relación con Dios. En el gesto que él ha hecho ha conseguido atraer la atención del mundo entero. Más que si  hubiese organizado una campaña de comunicación. El puro hecho de decir la verdad de que él está en relación libre con Dios, de que delante de Dios y por la gracia de Dios hace este gesto, ha dado la vuelta al mundo. Ha conseguido el respeto, como mínimo el respeto y el reconocimiento, de hombres de todas las religiones y de todas las culturas y nos ha puesto a todos, a cada uno de nosotros, delante de nuestra propia relación con Dios. A esto lo llamo ser testigo. Pues bien, Benedicto XVI ha sido durante toda su vida, como teólogo, como cardenal, como Prefecto de la Congregación de la Fe y ciertamente como Papa, un testigo de la realidad de Dios en el mundo.


 
Todo su  pontificado tendremos que comprenderlo con este último gesto, ¿qué nos dice esta renuncia de todo el pontificado?  
La renuncia, efectivamente, nos da una clave, aunque no sea la única. Pero creo que este acto da testimonio de fe en Jesucristo. Esta fe testimoniada, viva y presente nos ayuda a comprender el modo no político, no calculador, con el cual Benedicto XVI, desde el primer momento hasta el último, ha ejercido el ministerio de Pedro. Podemos custodiar esta clave: el Papa, exponiéndose en primera persona, arriesgando en primera persona, nos ha hecho reconocer la verdad del Evangelio, nos ha hecho contemporáneos al Evangelio. El otro día nos quedamos perplejos, sorprendidos, admirados. Creo que no exagero si digo que nos ha sucedido, con las debidas distinciones, lo que a muchos de los contemporáneos cuando veían a Jesús obrar, que se preguntaban: ¿pero quién es este hombre?, ¿por qué hace esto?, ¿de dónde le viene esta palabra y este gesto?

El Papa ha prestado el mayor servicio que se puede prestar a la fe, a mi modo de ver, cuando nos ha ayudado a reconocer que Cristo sigue siendo contemporáneo, que está en el hoy de la historia y no en libros cubiertos del polvo del recuerdo de hace más de dos mil años.  Nos hemos quedado sin palabras, y en seguida hemos tenido que corregir nuestros esquemas mentales, y hemos tenido que poner en marcha nuestra respuesta personal al hecho. Es lo que les pasaba a los que habían visto a Jesús, o los que habían visto después a los apóstoles, los que se encontraron  ante la predicación de san Pablo o de san Pedro, o de los grandes testigos de la tradición cristiana, que te rompen tu esquema mundano y te obligan a preguntarte: ¿pero entonces quién es Dios que es tan real, tan poderoso?
Pues bien, yo creo que esta clave nos permite comprender sus grandes gestos de diálogo con la humanidad, la serie de sus discursos con los que  ha buscado exponer la fe cristiana sin reducirla un centímetro, testimoniándola ante todos, como factor de diálogo con el mundo de la política -con el mundo específicamente parlamentario en distintos lugares- con el mundo académico, con el gran mundo de la cultura y del pensamiento en la Europa secularizada. Lo mismo podríamos decir de sus encuentros con el judaísmo y con el islam, sus diálogos personales, que no ha interrumpido siendo Papa. Ha tenido una libertad admirable que nace de aquí.

 
Usted dice que afirmar que Cristo es contemporáneo explica esta renuncia, ¿por qué? ¿Qué relación hay entre una cosa y otra?
No olvidemos que estamos en el Año de la fe, que ha propuesto Benedicto XVI  ¿Y qué es la fe? El reconocimiento, por gracia, de la presencia excepcional de Dios en la historia. Esto es lo típicamente cristiano. Nosotros no profesamos la fe simplemente en el sentido de que hay un Dios trascendente, por supuesto, sino que ese Dios trascendente ha entrado en la historia. Este es el escándalo cristiano: los misterios de la Trinidad y de la Encarnación. Este es el corazón del cristianismo. Por lo tanto, si Dios ha entrado en la historia, tiene que poderse reconocer en el presente, hoy. Esta es la fe. Que Cristo está presente en la historia hoy. Que Dios, en Jesucristo y por el Espíritu Santo, está presente en la historia hoy, a través de su cuerpo, que es la Iglesia como sacramento. Luego el camino que ha hecho el Papa, aun antes que explicarlo, o a la vez que lo explicaba, es mostrarnos cómo Dios en Jesucristo y en el Espíritu Santo está en la historia. Creo que este es el servicio de fortalecimiento en la fe y de apoyo a la fe de los hermanos que es una de las características del ministerio de Pedro.

Esta renuncia quiere subrayar es que Dios está presente en la historia.
Desde luego, el Papa así lo ha explicado. Por lo tanto, es parte del gesto esa invitación a  que nosotros lo interpretemos o como lo ha interpretado él o buscando otras interpretaciones. En la prensa de estos días circulan por el mundo entero cientos de interpretaciones, algunas absolutamente peregrinas y carentes de cualquier vínculo con la realidad -pero bueno, cada uno se hace responsable de lo que dice-, y otras simplemente penúltimas, que detectan muchos factores pero que se pierden este factor: nada menos que la interpretación que el propio Papa ha dado del gesto que él ha realizado. Y él nos dice: yo he cumplido este gesto como expresión de mi personalísima y profundísima relación con Dios en el presente. Luego Dios es tan real que permite hacer algo que ha dejado boquiabierto al mundo entero.

Dos días después de la renuncia, en la Audiencia del pasado miércoles, Benedicto XVI afirmaba: "La Iglesia es de Cristo". Cristo no es una idea.
Creo que es evidente el testimonio de la confianza ilimitada que tiene Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en el poder de Dios, en la preeminencia de la acción divina, del don del Espíritu Santo que guía a la Iglesia o, dicho en términos generales, del primado de Dios sobre cualquier obra humana. Él obviamente lo ha interpretado mediante su renuncia. Para evitar cualquier contraposición hay que decir que por la misma fidelidad y por el mismo convencimiento del realismo de Dios en la historia, Juan Pablo II interpretó que su manera de responder era perseverar en el ejercicio del ministerio petrino. Ambos son testigos de lo mismo, del realismo de Dios, de la efectiva presencia de Dios que guía la historia de los hombres.

Han sido ocho años de una intensidad pasmosa. Benedicto comenzaba en su primera encíclica reproponiendo qué es la fe, la naturaleza del cristianismo. ¿Quizás sea esto lo que más ha marcado este pontificado: volver a proponer la naturaleza de la fe?
La primera encíclica era sobre la caridad, Deus caritas est, y efectivamente el Papa comienza esa encíclica con un número uno memorable. El primer punto de esa encíclica me parece que es muy valioso y que no es una pieza aislada. Lo ha vuelto a repetir textualmente en otros documentos suyos y en muchas catequesis. Por lo tanto, no es una frase o un pasaje programático ¿Qué dice el Papa ahí? "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva". El Papa nos dice cuál es la naturaleza del cristianismo, y esto es lo que hemos podido vivir estos días. Nos hemos encontrado con un acontecimiento. El Papa ha sido coherente en la tensión ideal que vive para mostrarnos el cristianismo en acto, tal y como él lo había definido hace siete años en la encíclica. De manera que no sólo nos explica el cristianismo, sino que hace presente el cristianismo. No sólo nos dice cómo es el cristianismo, que es muy importante, porque hemos visto en los años del post-concilio tantas reducciones de la naturaleza original de lo cristiano que bienvenidas sean las aclaraciones y las precisiones doctrinales. También hace presente el cristianismo. Las precisiones doctrinales adquieren todo su valor cuando iluminan un hecho que está ante nuestros ojos. Y a su vez, no lo perdamos de vista, el hecho esclarece la doctrina. Esto lo dijo el Concilio Vaticano II y Joseph Ratzinger no sólo lo ha enseñado sino que lo ha realizado durante todo el ministerio, como Papa y antes como prefecto.

 
Se ha asegurado que después de Benedicto XVI, en cierto modo el Papado puede cambiar, ¿está usted de acuerdo?
En los términos en que lo formula la pregunta, es imposible no estar de acuerdo. ¿Cuál es el alcance? No me arriesgo a hacer pronósticos, pero evidentemente el Papa introduce un gesto que no tenía prácticamente precedentes. Qué va a significar para la vida concreta de la Iglesia, no lo sé. Lo que espero y lo que pido desde que he sabido esto es que todos participemos de esta pasión testimonial de la fe del Papa. Esto es lo que considero más importante. Puede parecer abstracto, puede parecer un pensamiento espiritual un poco desgajado de las cosas concretas pero yo creo que no, que es la gran lección del Papa, que no hay nada que prevalezca sobre el testimonio vivo de Cristo, incluso en el ejercicio del ministerio petrino.

Es decir, que no hay papeles, no hay roles...
No es que no los haya, pero están al servicio de este acontecer en acto de la presencia viva de Cristo en la historia. ¿Cuáles van a ser las consecuencias? Podemos presentir que, obviamente, ahora se dan una serie de nuevas circunstancias que no hemos conocido y que no ha conocido la Iglesia católica porque los precedentes medievales no se ajustan a lo que ha sucedido ahora. Pues bien, estemos con los ojos muy abiertos y con el corazón muy bien dispuesto para ir acogiendo lo que vaya a suceder con la confianza de que sea para una mayor vitalidad evangélica de la Iglesia.

 
¿Qué subraya usted de la inmensa obra teológica de Benedicto XVI?
Hay que ser muy humildes, no se puede encerrar al Papa y a su riquísimo magisterio en poquísimos minutos. Por tanto, son siempre aproximaciones. Me parece que hay que destacar claramente la reivindicación de la realidad de Dios en este mundo que, por su secularización, parece expulsarlo fuera de lo real. Creo que una de las líneas de fuerza del pontificado ha sido claramente el diálogo con la razón humana que se cierra sobre sí misma y que excluye la trascendencia de Dios en la historia. Me parece que esta es una de las líneas, sin lugar a dudas. Ahí podríamos situar varios documentos y varios de los gestos de diálogo. En segundo lugar, la especificidad de la fe cristiana, que ya hemos mencionado y que me parece sin duda característica. Creo que también se puede subrayar muy marcadamente el servicio que ha prestado a la interpretación del Concilio Vaticano II y lo que esto supone para comprender los últimos cincuenta años, un periodo no exento de muchas dificultades, de muchas tensiones y de muchos problemas para la vida de la Iglesia. El Papa lo afrontó en su memorable intervención de Navidad de 2005. Y unido a esta explicación de la naturaleza viva de la Iglesia, que en el Concilio se ha renovado, pienso también en el esfuerzo que ha hecho sobre la liturgia. Me parece que es otro dato muy característico. A partir de aquí, se podrían abrir otras consideraciones, pero al menos aquí se indican algunos puntos fundamentales.

Todos hemos sentido estos días un velo de tristeza, una inquietud, una zozobra respecto del futuro. Es un cambio muy radical, algo que no había pasado nunca. Son días intensos, difíciles y muchos pueden sentir un cierto temor.
Yo me sumo al sentimiento de pena y de dolor. Para mí, personalmente, pero también para la Universidad San Dámaso la presencia de Joseph Ratzinger ha sido de una paternidad decisiva. Durante su pontificado, se han dado una serie de pasos institucionales de muchísimo calado y de muchísima importancia, que han permitido que cuando el Papa vino a Madrid en 2011 para la JMJ, prácticamente al mismo tiempo fuese erigida la Universidad. La riqueza de su patrimonio teológico es irrepetible. A todos los que sentimos este dolor, que es real, el Papa nos invita a no pararnos sino a compartir el gesto que él ha hecho, a poner en juego nuestra libertad, confiando en Dios. No podemos sólo admirar al Papa Benedicto sino que tenemos que seguir al Papa Benedicto, también en este paso, y por lo tanto unirnos a su confianza en Dios, en que Él guía la historia y en que el Espíritu Santo va a llevarnos adelante. Sería un flaco servicio admirarlo pero no seguirlo. Nosotros no le podemos sólo aplaudir. Tenemos que aprender de él en este momento.

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