26 febrero 2013

El Papa en el banquillo, por Roberto Vera


El 11 de febrero Benedicto XVI anunció que renunciaría al Pontificado. Desde entonces, algunos analistas —quizá por apresuramiento— han intentado juzgar la labor del Papa durante estos ocho años y, en varios casos, la balanza no se ha inclinado en favor del Pontífice. Ahora que la noticia se ha sedimentado, puede ser oportuno atenerse a las reglas del juicio justo y evitar veredictos motivados solo en las apariencias (o en los titulares de los periódicos); se hace necesario escuchar a las partes implicadas, dar el peso debido a la prueba. El Papa ya está en el banquillo de los acusados: ¿cuáles son las ideas y las obras por las que se condena a un Papa que muchos consideran revolucionario?


¿Deseo de ser Papa? Es conocido que entre las aspiraciones de Joseph Ratzinger no se encontraba la de ser Pontífice y, sin embargo, el 19 de abril de 2005, ante la decisión del colegio cardenalicio, aceptó convertirse en Benedicto XVI. No fue seducido por el poder y tampoco pensó en que era un candidato a salvador de la Iglesia: aceptó ser Romano Pontífice porque era consciente de que Dios podía “trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes” como se consideraba él: “un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”. Durante estos ocho años se ha distinguido por su capacidad de escuchar y por su espíritu de sacrificio, como lo han señalado sus colaboradores más cercanos. Su renuncia no obedece por tanto a sentimientos de frustración o a la percepción de haber fallado en su misión; ha dimitido porque, como explicó, ve que se le han acabado las fuerzas de manera que no le es posible “ejercer bien” la tarea que le fue encomendada.



¿Encubridor de pederastas? Nada más lejano a Benedicto XVI que ocultar la verdad. Desde que era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un ambiente no exento de dificultades, se encargó de realizar las investigaciones oportunas en torno al P. Marcial Maciel. El hecho de que el proceso —que ha seguido las normas de los juicios canónicos, necesarias en razón de justicia— se haya alargado de tal manera que se llegó a una conclusión solo cuando Ratzinger era ya Papa no quiere decir que haya encubierto a nadie: hablar antes de haberse emitido una sentencia habría sido no solo imprudente, sino también inmoral.

Desde 2005 el Papa hizo ver que en la Iglesia había suciedad, cosas que era necesario cambiar; en 2006 llegó la condena a Maciel y la admonición a los obispos irlandeses en visita ad limina. En 2008 se reunió en Estados Unidos, por propia voluntad —en privado y con sencillez—, con víctimas de los pederastas, dejando de lado cualquier afán de quedar bien ante las cámaras. Además mantuvo encuentros similares en Australia (2008), Malta (2010) e Inglaterra (2010). En 2010 escribió una admirable carta sobre el problema de la pederastia al pueblo irlandés y, poco después —con el fin de ganar en eficacia— hizo modificaciones a la ley eclesiástica que regula los procedimientos para juzgar casos de abuso.


¿Tensiones con otras religiones? Los elogios de rabinos en todo el mundo y los ecos tanto del viaje que el Papa realizó a Israel como de la visita que hizo a la sinagoga de Roma demuestran cuán apreciado es el Pontífice entre los judíos. Hace unos días David Rosen, consejero del gran Rabinato de Israel, definió al Pontífice como un hombre de corazón y de ánimo abiertos y subrayó su modestia y su integridad. También con los musulmanes ha mantenido buenas relaciones: el viaje a Estambul y el encuentro sostenido con algunos de sus exponentes en Israel son buenas muestras de ello. Menos de veinticuatro horas después de la renuncia del Papa, el gran Muftí de Bosnia, Mustafá Ceric, escribió: “Expresamos gran estima por Joseph Ratzinger después de la incomprensión”, refiriéndose a la polémica sucitada en 2006 luego de que el Papa citara un texto de Manuel II Paleólogo.


¿Anti conciliar y tradicionalista? El Papa, que participó activamente en el Concilio Vaticano II, no ha buscado jamás derogarlo; por el contrario, ha procurado por todos los medios implementar las indicaciones emanadas de esa reunión eclesial y promover que “se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. El empeño de Benedicto XVI es especialmente evidente en el campo de la liturgia: provoca risa que alguno diga que la misa en latín es una práctica medieval: la lengua latina sigue siendo la oficial de la Iglesia y nunca se ha prohibido la celebración en esa lengua.

Tampoco ha sido abolida la posibilidad de celebrar siguiendo el misal de Juan XXIII. Baste recordar las innumerables ocasiones en que Juan Pablo II celebró la misa en latín.
En el ámbito de la moral, ni el Vaticano II ni ningún Papa han aprobado el uso del condón o de la píldora anticonceptiva: defender la dignidad de la persona, a la que se intenta convertir en un objeto de placer, es tarea irrenunciable para la Iglesia. Si se considera conservador a todo aquel que entiende que el matrimonio solo puede contraerse entre un hombre y una mujer y que el vínculo que se establece entre los esposos es indisoluble, entonces a todo católico puede aplicarse ese calificativo. Y, sin embargo, en áreas del ámbito económico, por ejemplo, Benedicto XVI ha llamado al verdadero progreso, subrayando el peligro de la falsedad de la finanza y la importancia de la economía de la gratuidad.

Hoy es más fácil callar que recordar las ideas que están en el centro de la misión de la Iglesia, pero Benedicto XVI ha tenido el valor de no permanecer en silencio.


¿Amigo de los extremistas? El Papa retiró a cuatro obispos lefebvrianos la excomunión, la pena más fuerte que puede imponer la Iglesia, pero casi en contemporánea uno de ellos negó la existencia de los horrores del holocausto: si el gesto de buena voluntad de Benedicto XVI ya había sido valiente, lo fue aún más mantenerse en el camino de la búsqueda de la reconciliación sin echarse para atrás por un motivo que, siendo de suyo grave, no estaba en relación directa con las causas de la excomunión. Lo que sí hizo el Papa fue recordar con afecto a los judíos que la Iglesia no solo reconoce los vejaciones que sufrieron los hebreos durante la segunda guerra mundial, sino también que será siempre solidaria con ellos. Cabe recordar aquí que el deseo de ver de nuevo en casa a quienes, a lo largo de los siglos, se han separado de la Iglesia ha llevado al Pontífice a facilitar el camino de regreso a miembros de las iglesias anglicanas y a continuar el diálogo con las iglesias reformadas.


¿Promotor de operaciones económicas fraudulentas? La Iglesia —como toda organización en esta tierra— depende en buena medida de su capital humano. Gestionar los bienes económicos de una institución que cuenta con casi tres mil circunscripciones en todo el mundo no es tarea exenta de dificultades, y como ante los problemas pueden darse soluciones diversas es natural que haya discrepancias entre quienes se encargan de gestionarlos. El caso VatiLeaks ha puesto en evidencia que en la Curia Romana existen distintas maneras de ver las cosas. Pero también ha sido prueba de que Benedicto XVI ha buscado tanto solucionar las irregularidades en la gestión financiera del Vaticano como promover el ahorro, la simplificación y la transparencia. Junto a cambios en las leyes vaticanas, a la adhesión a tratados internacionales y al cambio de personal en los departamentos vaticanos de gestión, Benedicto XVI ha indicado que no habrá un cambio en la Iglesia, si no hay primero conversión interior, y es precisamente esta conversión uno de los objetivos del año de la Fe actualmente en curso.


¿Buscador de antipatías? Una constante durante estos ocho años ha sido la invitación que diversos jefes de Estado han hecho al Papa para visitar sus países. Se ha dicho que Benedicto XVI ha sido la causa de que “millones” de católicos se alejen de la Iglesia. Sin embargo, durante este pontificado el número de católicos ha ido en aumento: tan solo en el último año el total de católicos en el mundo se incrementó en 15 millones. También lejos de disminuir se encuentra el deseo de escuchar a Benedicto XVI: el número de gente que viaja a Roma para oírlo no tiene nada que temer si se le compara al de sus predecesores: únicamente en 2012 unas 2.351.000 personas asistieron a las misas y audiencias presididas por el Papa y, desde 2005, el número de participantes en encuentros con Benedicto XVI supera la cifra de veinte millones y medio. A toda esa gente Benedicto XVI ha recordado que “el cristianismo es algo más, algo distinto de un sistema moral, una serie de preceptos y leyes [...], es ante todo un "sí" a Dios [...] que nos deja nuestra libertad, más aún, la transforma en verdadera libertad”.

Si en 2008 el Papa no quiso acudir a la Universidad de “La Sapienza” no fue por temor a no ser bien recibido (quienes lo esperaban con entusiasmo eran muchos más que los 67 profesores que se opusieron a su visita), sino para evitar que ni por asomo se pensara que deseaba imponerse o que buscaba conflictos. Si él, que fue profesor universitario durante varias décadas y que ha publicado más de 100 libros y de 600 artículos, no fue considerado digno por algunos de presentarse en esa Universidad, ¿quién podrá serlo?

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