03 abril 2013

Mumford y la Babel de la fe


Marcus Mumford –el hijo de los responsables de la Comunidad de la Viña en el Reino Unido e Irlanda– dice que su nuevo disco, Babel, “no es una declaración de fe”. Molesto por las continuas referencias a sus orígenes cristianos, afirma que su grupo –Mumford & Sons–, “no se siente evangélico en nada”. Se queja que aunque canta que se había dispuesto “a servir al Señor”, parece que “nadie se da cuenta que está en tiempo pluscuamperfecto” o sea que se refiere al pasado. Sus comentarios, lejos de disuadirme a no comprar el disco, me animaron a adquirirlo en Cambridge, el mismo día que se publicó.

Debo ser muy raro, pero cuando alguien se esfuerza tanto en distanciarse de los evangélicos, siempre pienso que por algo será. No es que me produzca simpatía, es que despierta todo mi interés. No lo puedo evitar. Me muestra que es de todo menos indiferente. Por eso cuando dice Mumford que no se llama “siquiera cristiano”, sino “admirador de la fe, más que de la religión”, veo que tiene las cosas más claras que muchos de nosotros. 


Me da igual lo mal que habla. A mí, este chico –25 años tiene–, me resulta auténtico. Casado con la actriz Carey Mulligan, Marcus ha dejado de ser un ídolo de adolescentes, para empezar a mostrar la visible “curva de la felicidad”. La crítica británica ahora le odia –como a todos los ingleses que han tenido éxito en Estados Unidos, donde ha cantado con Bob Dylan y Bruce Springsteen–. Su música ha sido comparada con la de otros muchos grupos –les han llamado desde “la versión británica de Fleet Foxes”, a “Coldplay con banjos”–, pero ninguno es ahora tan popular como ellos. 

Desde que se formó la banda en Londres, a finales del año 2007, su nombre no ha dejado de sonar en el Reino Unido –que está lleno de carteles por todas partes, anunciando su disco–. La Mumfordmanía –como la llamó el New Musical Express–, viene de su espectacular directo –que ha intentado capturar su productor, el mismo de Arcade Fire, una formación canadiense, también conocida por su particular intensidad en vivo–. Ambos discos están llenos de referencias bíblicas. Según Mumford, tratan de “los dilemas con los que toda persona se enfrenta en la vida, incluida la fe”. 

¿ESPIRITUALIDAD O RELIGIÓN?

Ellos dicen que escriben “canciones que hacen preguntas”. Marcus describe sus textos como “deliberadamente espirituales, pero decididamente no religiosos”. Habla de “la fe como algo hermoso, real y universal”. Aunque reconoce que los miembros de su banda tienen “diferentes ideas sobre la religión, pero la fe es algo que celebramos”. 

Uno no puede dejar de pensar en la desarmante confesión de vulnerabilidad de Bono, cuando escucha a Mumford cantar que “no va ignorar su debilidad, la gracia y la elección” (Babel), pero espera que “el Señor olvide todos mis pecados” (Lover´s Eyes / Los ojos del amante). Espera que si “Jesús ha dicho que todo está bien, me dé sólo algo de tiempo, conociendo tus deseos y los míos” (Below My Feet / Bajo mis pies). Le pide que “guarde mi pecado en el arca”, que “soy demasiado lento para abandonar, pero no soy un fraude: me había dispuesto a servir al Señor” (Whispers In The Dark / Suspiros en la oscuridad). 

El hijo de los responsables de La Viña en Gran Bretaña e Irlanda vive la vida “vertiginosamente”, pero confía en un amor que nos libere: “Un amor que no te traicionará / fallará o esclavizará, sino que te liberará / para ser más como el hombre que debieras ser”. Ese amor –al que canta en Sigh No More / No suspires más–, sin embargo, no se experimenta sin vergüenza, cuando uno se da cuenta de su propia miseria. 

LA DIFICULTAD DE ACEPTAR LA GRACIA

Uno de los temas más profundos que trata Marcus es la dificultad de aceptar la gracia: “la vergüenza que me alejó del Dios que una vez me amó” (Winter Winds/Vientos de Invierno). Como en una oración, Mumford ruega que despierte su alma en la canción Awake My Soul (Despierta mi alma), “porque fuiste hecho para conocer a tu Creador”. El problema, como se pregunta en otra canción (White Blank Page / Página blanca en blanco) es si “puedes arrodillarte delante del Rey / y decir soy limpio”. 

Perseguido por Cristo, la dificultad de Mumford, como la de todos nosotros, es aceptar su gracia. “Parece que todos mis puentes han sido quemados, / pero tú dices que es exactamente así como esta cosa que llamamos gracia actúa / No es el largo camino a casa el que cambiará tu corazón / sino la bienvenida que recibo cuando empiezo de nuevo” (Roll Away Your Stone / Quita tu piedra). Pocas canciones he oído tan profundas como ésta sobre la dificultad de aceptar la gracia de Dios: ¡pura teología! 

“Porque necesito libertad ahora / y necesito saber cómo / para vivir la vida como debería ser”, dice en The Cave (La cueva). La cuestión es clara: ¿cómo podemos vivir como debiéramos vivir? La respuesta del Evangelio es que Cristo sólo puede hacer rodar esa piedra. Esa libertad viene sólo por la fe, no por nuestro esfuerzo y sacrificio. La gracia no es simplemente el trato benevolente que recibimos de Dios cada vez que fallamos, sino el don que nos capacita para una nueva vida. Es poder, no sólo perdón, una gracia transformadora. 

LA FE QUE ACTÚA

La fe que salva es por naturaleza un poder que cambia nuestra vida. “Actúa mediante el amor” (Gálatas 5:6). Es por eso, que “si no tiene obras, está muerta” (Santiago 2:17). La buena noticia por lo tanto no es que la obediencia no importa, sino que lo único que nos puede llevar a la libertad de esa nueva vida es la fe. El esfuerzo que hacemos para servir a Dios no es algo que se pueda basar en nuestra fuerza, sino en “el poder de Dios”. Es así como “Dios será alabado en todo por medio de Jesucristo” (1 Pedro 4:11). Ya que es “por la gracia de Dios” que “soy lo que soy” –dice Pablo (1 Corintios 15:10)– “y esa gracia no ha sido en vano”. 

“Las obras de la fe” son por el mismo poder de la gracia de Dios, que salva por medio de la fe (Efesios 2:8). ¿De qué manera produce entonces la fe esa libertad para vivir como debiéramos vivir? “En el momento en que dejamos que Cristo se haga cargo de nuestro futuro (la fe es la garantía de lo que se espera) –dice John Piper–, el resultado inevitable es que las estratagemas que el pecado emplea en la búsqueda de la felicidad comienzan a perderse en la serena confianza de que Dios cuenta con los medios para hacernos aún más felices.” 

La fe es “confiar en Dios como aquel que suple nuestras necesidades, estar satisfecho con todo lo que Dios es para nosotros en Cristo” –como suele decir Piper–. Puesto que no son las meras promesas de Dios las que nos satisfacen. “Es todo lo que Dios es para nosotros en sí mismo”. La fe no es solamente creer, sino ir a Jesús para beber del “agua de vida” (Juan 4:14). Es aquí donde se esconde el secreto del poder de la fe para romper la fuerza esclavizante de la atracción del pecado. La fe y el amor se muestran así –dice Juan (1 Jn. 5:1-4)– como la victoria que vence la dificultad de la obediencia. Por eso, como dice Mumford: “sirve a Dios, ama y enmienda tu vida”. 

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