Inmediatamente provocó en mí la pregunta de por qué la
publicidad, más allá de cumplir su función anunciando un
producto, fomenta mediante estrategias ciertamente llamativas los instintos poco racionales de los usuarios de
dicha red. Ante todo no comprendí por qué esta empresa de desodorantes era capaz de entender esta expresión
instintiva como un ejemplo a seguir o una referencia de
cualquier tipo. Mayor fue mi sorpresa al conocer cierto
videojuego cuyo cartel publicitario proponía: “Juega a la vida”.
Este tercer anuncio, lejos de expresar la frustración de deseos acallados por la rutina como los dos anteriores, iba mucho más allá de lo meramente humano, proponía directamente cambiar una aburrida realidad por otra en la que el jugador decide todo aquello que ocurre con los personajes de una familia o incluso de una ciudad: el nacimiento, las relaciones, el amor, el ocio, el sufrimiento e incluso la muerte, con la única finalidad de controlar algo que normalmente se es incapaz de vivir. La pregunta que hizo nacer en mí fue: ¿acaso la realidad no es los suficientemente interesante, atractiva, apasionante y bella como para saciarnos?
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