22 agosto 2013

Agosto fraterno en el centro hispano-dominicano de CESAL

“Pórtate bien”, le dice el niño mayor –no tendría más de 11 once- a su hermano pequeño en el momento de dejarle en el campamento que, durante el verano, se desarrolla en el Centro Hispano-Dominicano del madrileño barrio de Tetuán, una instalación de la Comunidad de Madrid gestionada por la ONG CESAL.
 
Además de los dominicanos, son muchos otros inmigrantes y españoles los que frecuentan el centro, donde encuentran acogida a sus dificultades, muchas de ellas límites, “como procesos de desahucio, apercibimientos de cortes de agua, luz, falta de alimentos”, nos descubre María Poudereux, psicóloga y una de las trabajadoras del lugar.
 
Apunta que las relaciones con las personas han hecho posible que “se fíen de nosotros, nos vean cercanos y que perciban que nos preocupan también sus hijos y su educación. Las familias vienen libremente y acaban confiando en nosotros. Nos ven como una ayuda”. Un camino temporalmente largo y lento, porque había “muchos recelos” que salvar, explica la psicóloga
 
Campamento escolar con comida
 
La sonrisa de luna de la dominicana Margot es el primer recibimiento con el que se encuentran los niños que asisten al campamento urbano en este Cepi (Centro de Participación e Integración) para inmigrantes, que es uno de los que la Comunidad de Madrid estableció hace unos años en distintos lugares de la capital.
 
A esta zona, por la cercanía de Cuatro Caminos, se la conoce como “El pequeño Caribe”. El paro es alto, los chicos no llegan a concluir la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), la capacitación profesional se encamina a la hostelería, casi siempre, al cuidado de mayores o al servicio doméstico, actividades que impiden el cuidado de los hijos propios. “Muchos de los niños que vienen al campamento hacen aquí su única comida diaria”, enfatiza Poudereux.
 
Cerca de una docena de pequeños se reparten en sendas aulas al cargo de una monitora, para reforzar los conocimientos escolares y realizar otras actividades lúdicas. Con sus manitas de variados tintes de piel, saludan o miran con sorpresa a quienes les contemplan.
 
“Veíamos que teníamos que abordar esta cuestión porque hay muchas madres que trabajan internas o con un horario muy amplio –remarca Poudereux- y ellos se quedan solos o al cargo de tíos o familiares. De esta manera nos los confían porque son conscientes de que nos importan los pequeños”
 
La iniciativa de un cocinero
 
No es fácil desembarazarse de tantas situaciones límites. “Te las llevas a casa”, desvela la psicóloga Raquel Valiente, que trabaja desde mayo en el Cepi.
 
Alejados de la pretensión de solucionar problemas terminales, los miembros del equipo intentan apoyarse y practican “la tolerancia ante la frustración, porque sabemos que muchas cuestiones dependen de la libertad de las personas y no solamente de nuestro esfuerzo”, apostilla Raquel. Con todo, valora “la implicación de todas las personas del equipo. Nos acompañamos, acompañamos a los inmigrantes y ellos hacen lo mismo con nosotros”.
 
Dispensan atención jurídica, asesoría laboral, tutorías individualizadas (“entre 40 y 60 todos los meses”, asegura Raquel), formación para el empleo, apoyo al estudio, entre otras actividades.
 
Recientemente, concluyó el primer curso de cocina, de dos meses de duración, realizado por 11 alumnos en las instalaciones cercanas del cocinero Chema de Isidro, quien se implicó de lleno en el proyecto.
 
Actualmente, los asistentes a la formación están completando sus prácticas en diversos restaurantes y establecimientos hosteleros y realizan catering para colegios o convenciones de Barclays, empresa que aporta dinero a la actividad.
 
Entre los asistentes al curso, “algunas madres jóvenes, otros que venían de bandas callejeras, que se agregan a ellas por falta de referentes familiares, y muchos que no encajan en el sistema educativo”, refrenda Poudereux.
 
El microondas a cuestas y el taller de hip-hop
 
Para responder al momento, se promueven nuevas actividades y se acaban o hibernan otras, como el desfile de carnaval que se realizó hasta el año pasado. Sus bellas y originales caretas y ropajes caribeños, ahora se amontonan en una de las dependencias del Cepi para tiempos mejores.
 
“Nuestro trabajo se centra en las personas concretas –rubrica Valiente- por encima de su número, de las actividades o de los aspectos a mejorar”, aunque se tengan en cuenta estos.
 
El equipo de Cesal favorece las sinergias con otras organizaciones y colectivos, como la cesión temporal de aulas y espacios a la fundación Madrina o al colectivo Ictus, formado por personas aquejadas de esta enfermedad.
 
Poudereux y Valiente explican estas colaboraciones cuando entra un hombre cargando un microondas que, “posiblemente haya trasportado en metro”, sugiere la recepcionista Margot. Es uno de los usuarios del curso de Reparación de Electrodomésticos que traen sus artefactos -nos desvelan- para cambiar su inoperancia por funcionalidad en estos tiempos de crisis.
 
Esta misma sala se utilizará más tarde para otro curso que tiene a los ordenadores como material para realizar reparaciones.
 
Pero no son únicamente las actividades programadas las que salen adelante, ya que otras son propuestas por la gente del barrio. Aquí ensaya un grupo de baile étnico, que se coordina con el de los más pequeños que preparan sus futuras representaciones para padres y familiares.
 
Para dejar espacio a su concentración mental, los del taller de hip-hop se han comprometido a bajar la música. A pesar de haber insonorizado el estudio de grabación, sus promotores –jóvenes del barrio- no han conseguido totalmente anular el sonido ambiente cuando meten decibelios a sus ensayos.
 
En este cuasi desértico e inactivo agosto madrileño, la vida sale a borbotones en este centro de la Comunidad de Madrid gestionado por la ONG CESAL.

http://www.aleteia.org/es/educacion/noticias/agosto-fraterno-en-un-centro-hispano-dominicano-de-madrid-3364003

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