Por la Jornada Mundial de la Juventud la Iglesia esta viviendo estos días intensamente, dedicando todos sus esfuerzos posibles para su preparación inmediata, sobre todo la Iglesia que peregrina en España y más concreto en Madrid, diócesis de acogida del multitudinario encuentro de los jóvenes de todo el mundo con Benedicto XVI. Siempre se ha dicho, y siempre para algunos, más o menos ajenos al espíritu de este invento del beato Juan Pablo II, como algo más o menos piadoso pero sin mucho valor, que lo importante tanto de la preparación como del desarrollo como de los frutos de la Jornada, se vive en el corazón de los jóvenes, y en ese hálito profundo del corazón que su encuentro y su seguimiento de amor a Jesucristo. Por eso podemos decir que, entre tantas cosas que viviremos en la JMJ, una de las más importantes será el momento en que el Papa consagre a los jóvenes de todo el mundo al Sagrado Corazón de Jesús, con una hermosísima oración que reza así:
Señor Jesucristo,
Hermano, Amigo y Redentor del hombre,
mira con amor a los jóvenes aquí reunidos
y abre para ellos la fuente eterna de tu misericordia,
que mana de tu Corazón abierto en la cruz.
Dóciles a tu llamada,
han venido para estar contigo y adorarte.
Con ardiente plegaria los consagro a tu Corazón
para que, arraigados y edificados en ti,
sean siempre tuyos, en la vida y en la muerte.
Que jamás se aparten de ti!
Otórgales un corazón semejante al tuyo,
manso y humilde,
para que escuchen siempre tu voz y tus mandatos,
cumplan tu voluntad
y sean, en medio del mundo,
alabanza de tu gloria,
de modo que los hombres,
contemplando sus obras,
den gloria al Padre,
con quien vives, feliz para siempre,
en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
Hermano, Amigo y Redentor del hombre,
mira con amor a los jóvenes aquí reunidos
y abre para ellos la fuente eterna de tu misericordia,
que mana de tu Corazón abierto en la cruz.
Dóciles a tu llamada,
han venido para estar contigo y adorarte.
Con ardiente plegaria los consagro a tu Corazón
para que, arraigados y edificados en ti,
sean siempre tuyos, en la vida y en la muerte.
Que jamás se aparten de ti!
Otórgales un corazón semejante al tuyo,
manso y humilde,
para que escuchen siempre tu voz y tus mandatos,
cumplan tu voluntad
y sean, en medio del mundo,
alabanza de tu gloria,
de modo que los hombres,
contemplando sus obras,
den gloria al Padre,
con quien vives, feliz para siempre,
en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
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