El fervor y el afecto con el que se ha recibido la Cruz es testimonio de que los jóvenes cristianos de Valencia no olvidan a todos los que sufren en un mundo en el que cada día son más profundas las desigualdades, y en el que cada vez más somos acaparados por nuestras preocupaciones y olvidamos las dificultades de los demás. Lo hemos visto en Valencia. Los jóvenes se unen para cantar, rezar, dialogar, compartir con entusiasmo y alegría el ardor y la esperanza de su fe. ¡Gracias, Señor, por estos días que hemos vivido! La intensidad de tu presencia se hace más fuerte y me permite recordar algo que llevo en mi corazón y a lo que dedico mucho tiempo de mi vida y de mi ministerio episcopal: amar, confiar, estar con los jóvenes.
Os invito ahora a que dinamicéis cada día más vuestra generosidad. Hacedlo con la misma fuerza que habéis recibido la Cruz de las Jornadas, que expresa un modo de acoger a Jesucristo y una manera de vivir que deseáis tener. Hacedlo con el mismo entusiasmo con que en estos días habéis dado testimonio público de vuestra fe. Sí. ¡Abrid vuestro corazón a la llamada particular que el Señor os está haciendo a cada uno de vosotros! ¡No tengáis miedo! Dad una respuesta generosa a Jesucristo para ser testigos valientes de Él en medio de un mundo que necesita saber el camino que tiene que recorrer. Manifestad que Él es la vida de los hombres, porque en Él encontráis cada uno de vosotros sentido, felicidad y capacidad para poneros en un itinerario de seguimiento de su persona con todas las consecuencias.
Recuerdo mis primeros años de sacerdote en mi Diócesis de Santander y, muy en concreto, en Torrelavega. Allí comencé a trabajar con jóvenes en unos momentos nada fáciles. Allí comencé a decirles lo que ahora, después de muchos años, os repito a vosotros: esta tierra necesita de vuestra vida, queridos jóvenes. Necesita rostros concretos que entreguen la paz, el perdón, la reconciliación, que den un mensaje de tolerancia, de dignidad de la persona humana, que sean eco de las grandes respuestas a las preguntas fundamentales del ser humano. Pero, lo mismo entonces que hoy, tengo el total convencimiento de que esto no se puede entregar más que con Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Vosotros que estáis sin prejuicios, sin fanatismos, que os molestan los odios y las violencias, que estáis en la edad en que forjáis los proyectos más bellos para el ser humano; vosotros que padecéis las dificultades reales que nuestra sociedad tiene, precisamente ahora que como jóvenes tenéis sueños, optimismos, audacia, ideales, deseos de compromiso, ¡abrid con todas las consecuencias vuestro corazón a Jesucristo! Ciertamente estos días me habéis impresionado con el abrazo que os dejáis dar por Jesucristo desde la Cruz.
El sábado viví un momento importante del encuentro de los jóvenes con la Cruz. Fue en el Centro Penitenciario de Picassent. Allí pude experimentar una vez más que vosotros, los jóvenes, sois capaces de ganar el corazón con tantos de vuestros gestos... y, muy especialmente, con vuestra generosidad y espontaneidad. Tanto los que fuisteis a llevar la Cruz como quienes la recibían respondisteis maravillosamente a la pregunta que a veces yo me hago: ¿serán capaces los jóvenes de mirar con valentía y constancia el bien, ofrecerán un ejemplo de madurez en el uso de su libertad, se replegarán desencantados de sí mismos? La respuesta me la disteis todos allí mismo cuando os hablé al corazón con la Palabra del Señor, ¡qué silencio! Recuerdo que os dije: junto a la Cruz que ahora adoramos, y que nos recuerda la Cruz en la que murió Nuestro Señor Jesucristo, estaban dos hombres que, por haber incurrido en faltas, les llevaban también a la crucifixión. Uno de ellos le dijo a Jesús: "acuérdate de mí". Y Jesús le respondió: "así lo haré, hoy estarás conmigo". Y os dije: esto mismo nos dice el Señor, "os recuerdo, os amo, estoy a vuestro lado, no temáis, fiaos de mí, hoy estás conmigo, permaneced en mi amor". ¡Qué experiencia de cercanía de Jesucristo vivimos en aquellos momentos! No había palabras. Sí había latidos profundos del corazón y serenidad en los rostros al darnos cuenta que el Señor estaba de nuestra parte, estaba con nosotros.
Os invito a difundir un nuevo sistema de vida, que es el que nos ofrece y regala Jesucristo: es el programa de las bienaventuranzas. Las palabras de Cristo hablan de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de mentira y de insultos. E, indirectamente, hablan del sufrimiento del hombre en su vida temporal. Pero no se detienen ahí. Indican un programa para superar el mal con el bien. Efectivamente los que lloran serán consolados; quienes sienten ausencia de justicia y tienen hambre y sed de ella, serán saciados. Los que construyen la paz serán llamados hijos de Dios. Las certezas que nos da Jesús son evidentes. Sabemos que ese reino de los cielos ha sido inaugurado por Jesucristo con su muerte y resurrección. Nosotros estamos llamados a acercar ese reino, a hacerlo visible y actual en este mundo, como preparación a su establecimiento definitivo. Hacedlo queridos jóvenes. Este es el deseo del Papa Benedicto XVI y el de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Acercaos a Cristo, en este momento, ya. Preparad el Encuentro Mundial de la Juventud realizando esta tarea. Venced el mal con el bien. Y nunca olvidéis que el Bien es Jesucristo.
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