26 septiembre 2012

Dostoievski: la 'paradoja' de Cristo y la verdad


Tatjana Kasatkina, directora del departamento de teoría de la literatura en la Academia de las Ciencias de Moscú, recogió en el Meeting de Rimini con satisfacción los frutos de tres años de trabajo. Allí reunió a sesenta jóvenes estudiantes, italianos y rusos, y les puso a trabajar sobre una interpretación que cambia la lectura de Dostoievski. Sin las imágenes del arte occidental, que el gran literato ruso amaba tanto como a los iconos de la tradición religiosa de su pueblo, no habría escrito Los hermanos Karamazov. «Hacía mucho tiempo que buscaba algo así, tenía el deseo de mostrar cómo las imágenes están en la base de toda la obra de Dostoievski. Al mismo tiempo, me parecía que era algo irrealizable. Pero Dios tenía sus propios planes...».
 
Dostoievski escribió que «para narrar un hecho hace falta ser en cierto sentido un artista». ¿Qué quería decir?
Dostoievski razona como un pintor. Comprendo que puede parecer extraño, pero por otra parte explicar esto ha sido exactamente el objetivo de nuestra exposición. Durante todo el siglo XX hemos leído a Dostoievski esencialmente como un narrador que hace resonar voces, y en consecuencia la problemática de la imagen, que en realidad es central en toda su obra, ha quedado eliminada casi por completo. Sin embargo, el propio Dostoievski, como teórico de su propia obra, consideraba el proceso creativo como una creación de imágenes.


¿A qué se debe este error interpretativo?
Se trata de un «olvido» de dimensiones mundiales, probablemente iniciada por el crítico literario ruso Michail Michailovic Bachtin. Su libro sobre Dostoievski es de 1928, a Occidente llegó más tarde, pero tuvo un gran éxito, y su tesis sobre la igualdad de las voces, acogida favorablemente, ocultó el verdadero fundamento de la obra del escritor.

La naturaleza del hombre es relación con el infinito, decía el título del Meeting. Es una afirmación fuerte sobre el hombre y su verdad. Si Dostoievski lo hubiera leído, ¿qué habría dicho?
Habría dicho que así es, porque en todo hombre vive Cristo.

Por tanto, no se puede entender al hombre sin Cristo, ¿pero cómo alcanza Dostoievski esta verdad?
Toda su obra es un camino, el de la asimilación de Dios en el ser de sus protagonistas. Si tomamos cualquiera de sus grandes novelas, veremos que al principio, al menos el héroe principal, le preocupa muy poco ese Dios que vive en él. A Raskolnikov le atrae el dinero; a Dimitri Karamazov, Grusenka; Iván Karamazov odia a su padre, Smerdiakov está obsesionado por el hecho de ser hijo ilegítimo. Los ejemplos se podrían multiplicar. Pues bien, Dostoievski les pone en camino hacia la profundidad, poniéndoles a todos delante o en la misma cruz de Cristo.

¿Dónde se reconoce este camino?
En el hecho de que los personajes empiezan a pronunciar palabras que, si se le dijeran a una persona que no conoce la trama de la historia, son puntualmente intercambiables por las que Cristo pronuncia en los Evangelios cuando habla de Sí mismo y de los hombres. De este modo, el personaje es conducido por los eventos más decisivos de la historia evangélica. Siempre digo que toda novela de Dostoievski es siempre una historia de amor del hombre con Dios: del hombre-personaje y, esperemos, del hombre-lector. Sin duda, así fue para el hombre Dostoievski.

La idea central de la exposición es que la historia del Evangelio vuelve a suceder. ¿De dónde le viene a Dostoievski esta idea?
¡De Occidente! Yo también me sorprendí cuando me di cuenta de que es algo que os sorprende. Durante mucho tiempo el arte occidental tuvo esta idea como eje central, es decir, que la historia cristiana prosigue y se renueva en cada época. Era un arte que Dostoievski conocía muy bien: cuando estaba en Europa, pasaba muchísimo tiempo en los museos. Bebía las imágenes con sus ojos.
 
Porfiri le dice a Raskolnikov en Crimen y castigo: «toda acción, por ejemplo todo delito, nada más suceder en la realidad se convierte inmediatamente en un caso totalmente particular; y, tal vez, en un caso privado de toda analogía con cualquier otro precedente». En Dostoievski todo hecho humano se juega dentro de un caso único. 

¿Qué implica esto para nuestra libertad?
Por desgracia, nos acordamos muy raramente de que todo hombre es un caso particular. Toda la vida europea del último siglo está construida sobre el hecho de que el hombre es tal en referencia a la humanidad o a una generalidad étnica, cultural o política. Sobre esta base se ha tratado de hacer leyes que pudieran funcionar para todos. Pero este intento indebido de simplificar la vida es erróneo, pues no se puede juzgar a nadie sin entrar concretamente en su historia. Sin embargo, las novelas de Dostoievski están llenas de casos de errores judiciales que muestran el fracaso que sufre el juicio general cuando pretende explicar el caso concreto.

¿Por qué esta decisión?
Porque para Dostoievski todo hombre es un punto absolutamente insustituible en toda posibilidad de ver a Dios. Como un hombre puede comprender a Dios en su propia piel no lo puede hacer nadie más. Todo hombre es un reflejo de Dios, pero «ese» reflejo no es ningún otro hombre.

¿Qué ha significado para usted realizar esta exposición?
Hacía mucho tiempo que deseaba hacer algo así, porque quería mostrar cómo las imágenes están en la base de la creación de Dostoievski, y por esto se deben buscar, hallar y contemplar en su obra. Entendí hace mucho que se podía hacer a través de los cuadros del arte occidental y de los iconos rusos, porque ambos son el fundamento del trabajo de Dostoievski. Al mismo tiempo me parecía algo irrealizable. Pero Dios tenía sus propios planes...

¿Qué le ha llamado la atención de los jóvenes que han trabajado con usted?
Me han impresionado muchísimo por su profundidad. Son buscadores, buscan una palabra, y buscan a alguien que les diga esa palabra, son capaces de escucharla y de darle nueva vida. Son como candelas encendidas ante Dios. De nuestro trabajo juntos conservo una impresión maravillosa.

«Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, verdaderamente creer, en la divinidad del hijo de Dios, Jesucristo?». ¿Qué le parece esta provocación de Dostoievski?
Esta pregunta, que se encuentra en los cuadernos de Los demonios, se la plantea Dostoievski tomando en consideración la teología protestante de su época, una teología que reconocía a Cristo como figura histórica, pero que empezaba cada vez más a negar que Cristo fuera verdaderamente Dios. Esta pregunta estaba muy viva en el propio Dostoievski, que responde en dos momentos, que quizá, en el fondo, sean sencillamente las dos partes de una misma verdad. En esos cuadernos él escribe que un Cristo sólo hombre no es categóricamente salvador. Esta es, diría, la respuesta de la inteligencia, junto a la cual está la del corazón, el afecto. Esta se encuentra en la famosa carta de 1854, y en realidad precede a la anterior.

¿Dónde escribe que «Cristo es la verdad, pero si me dijeran que aquí está Cristo y allí la verdad, yo abandonaría la verdad para seguir a Cristo»?
Sí. En esa carta escribe que no hay nada más profundo, simpático, bello, viril que Cristo. No usa ninguna palabra que pueda indicar Su divinidad. Habla de un hombre delante del cual muere de estupor, y dice también que si saliera a la luz que todo lo que Él dijo y se dijo de Él no fuera verdad, elegiría igualmente permanecer con Él.

¿A qué afirmación debemos creer?
Hay una historia preciosa que transcurre a caballo entre los siglos XIX y XX sobre un sacerdote ruso que luego fue considerado santo. A los quince años, como casi todos los jóvenes de entonces, había perdido la fe en Dios, pero como de pequeño había sido muy creyente rezó así a Cristo: si Tú existe, si eres verdaderamente Dios, revélate a mí, y entonces creeré. Rezó así mucho tiempo, pero Dios callaba. Entonces dijo: no eres Dios, pero eres un hombre tan maravilloso que aunque no sea verdad que eres tú, quiero quedarme contigo. En aquel momento, Cristo se le reveló. Creo que para Dostoievski, cincuenta años antes, sucedió lo mismo.

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