La Jornada Mundial de la Juventud de Madrid (JMJ) va a ser un éxito. Ya lo es, si nos atenemos a la espectacularidad de la propuesta organizativa y a la profesionalidad de quienes están detrás, velando para que todo esté a punto. Y será también un gran éxito porque jóvenes de todo el mundo se van a encontrar conmensajes llenos de sentido para su fe y su vida por parte de un Papa teólogo poco pendiente de los titulares periodísticos.
Sus palabras, dichas desde un país que se espera que sea espejo para la Nueva Evangelización, tendrán una dimensión universal, porque universales son los desafíos a los que se enfrenta hoy la Iglesia católica, entre ellos, el de la deserción de sus jóvenes.
Pero será una oportunidad perdida si la JMJ queda reducida a un mero encuentro de chicos y chicas con el Papa y no se propicia, desde la pluralidad de los carismas presentes, el encuentro con Jesús. Esta cita mundial y plurilingüe debería aprovecharse para ahondar en el lenguaje de la comunión, saliendo de los capillismos particulares con la voluntad de encontrarse e integrarse con los otros, con el prójimo que está en nuestra misma casa.
Sería también un error no poner oído a lo que los jóvenes le quieran decir a la Iglesia. ¿Vamos a estas jornadas con la voluntad de escucharles también o tan solo de catequizarles? Ellos son el futuro y no se sienten parte del pasado, ni en sus formas ni en sus lenguajes. En esta misma JMJ tenemos ejemplos –como el de la elección del himno oficial– de lo que pasa cuando se quiere hacer una cosa para los jóvenes, pero sin contar con los jóvenes.
Ellos vienen con predisposición a la escucha. Llevan tiempo preparándose en sus diócesis, con sus grupos, y se prevé que las catequesis de los obispos repartidas por todo Madrid estén abarrotadas. Pero, ¿estaremos verdaderamente dispuestos a escuchar lo que tengan que decir?
En el nº 2.764 de Vida Nueva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario