No solo se trata de un entusiasmo desbordante, sino que estos jóvenes están ofreciendo, en medio de una sociedad un tanto difícil, un verdadero ejemplo de cómo saber afrontar los problemas con objetividad, y sabiendo muy bien que solamente con esfuerzo y preparación se puede llegar a alcanzar los objetivos deseables.
Tenemos, y en muchos casos más de los que podemos imaginar, un testimonio verdaderamente ejemplar de un compromiso profesional y cristiano de los jóvenes. Suele decirse que una cosa es predicar, hablar, y otra el empeño en hacer las cosas bien. Quizás, en esto de los jóvenes y de su dedicación y entusiasmo real, las cosas ocurren casi al revés. El trabajo es bueno; las palabras desilusionantes.
Es que en este ambiente es difícil trabajar apostólicamente. Lo que se dice en la catequesis cae en el vacío de una familia desestructurada. Los medios de comunicación acabarán con la bondad del mensaje que queremos trasmitir en la escuela. La Iglesia no acaba de comprender a los jóvenes…
Así que estáis trabajando como jóvenes, con entusiasmo, preparación y buen ejemplo, y estáis hablando como si fuerais unos viejos sin esperanza. Pues necesitamos también de las palabras. De un lenguaje joven que corresponda ciertamente a la responsabilidad que estáis asumiendo. Todo es poco para construir la esperanza. Por ello, el lenguaje también es vehículo para que se nos abran los ojos y poder contemplar las posibilidades de bien que el Padre Dios ha puesto en nuestro camino.
Arraigados en Cristo y firmes en la fe. No podemos negar con las palabras lo que estamos testimoniando con los hechos. En obras y en palabras, así es como evangeliza Jesucristo. No tenemos otro modelo ni otro método. Él es la Palabra.
Puede haber una explicación, nada convincente por otra parte. Se tiene miedo a la esperanza. Mejor, a pronunciar palabras que suenen a un optimismo hueco y hasta presuntuoso. No se trata de una valoración acerca de la situación social, sino de la posibilidad de que mañana las cosas vayan un poco mejor. No es una cuestión opinable. Siempre que se trata del honor de Dios y del bien de las gentes lo posible es siempre obligatorio.
Y obligación tenemos de hacer las cosas bien y de prepararnos para ello, y de ser constantes en la ejecución, y de apoyarse unos en otros para conseguir el bien de todos. Pero no olvidéis, los jóvenes, que necesitamos también de vuestras palabras. Que nos hagan saber que estáis contentos e ilusionados. Que confeséis a Cristo con alegría. Que podemos contar con vosotros. Así, seréis doblemente testigos: en obras y en palabras.
Nos decía el papa Benedicto XVI que “numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz” (Mensaje para la JMJ 2011).
En el nº 2.764 de Vida Nueva.
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