La opinión pública francesa está conmocionada por un reciente caso de violencia juvenil. En París, un adolescente de 17 años cayó en una trampa tendida por una chica un poco más joven desde Facebook. Con otros dos amigos, sufrió todo tipo de sevicias y torturas hasta llegar al coma. No tenían otro móvil que humillar y hacer daño.
Crecen en la sociedad fenómenos violentos más o menos semejantes, a pesar de la abundancia de las leyes. No se quiere aceptar que no siempre los problemas sociales se resuelven con normas jurídicas. En el fondo, para encontrar soluciones es preciso plantearse la raíz de la situación moral de nuestro tiempo.
Lo recuerda en una entrevista a La Croix Daniel Marcelli, profesor de psiquiatría infantil y juvenil en la Facultad de Medicina de Poitiers, autor de Il est permis d’obéir, l’obéissance n’est pas la soumission (Albin Michel, 2010). A su juicio, actos de violencia como el sucedido en París reflejan la confusión entre la realidad y la imaginación típico de la adolescencia con un desbordamiento de las pasiones, que pone entre paréntesis la conciencia. Por eso, luego, no pueden explicar lo que ha pasado.
“Este drama –afirma el Dr. Marcelli refleja en el fondo la pérdida de los códigos morales y la dificultad de entrar en empatía, en identificación con los demás. Se produce una pérdida de los límites entre lo que se puede hacer y lo que no, entre lo que debe quedar en el ámbito del pensamiento o de la fantasía, y lo que puede ser externalizados, hecho”. Después de recordar la omnipresencia de escenas violentas en televisión o Internet, “la sociedad provoca la ilusión de creer que se puede hacer cualquier cosa”. A eso, se añaden, en la adolescencia, las intoxicaciones grupales, con la incapacidad de decir que "no" a los compañeros.
En ese contexto, he recordado la radiografía de la juventud católica francesa que elaboró el diario La Croix. Se publicó en Semana Santa, y quizá por eso ha tenido menos eco (http://www.la-croix.com/Religion/S-informer/Actualite/Les-jeunes-catholiques-spirituels-et-solidaires-_EG_-2011-04-22-586221). Más de tres mil personas de entre 15 y 30 años respondieron a un amplio cuestionario. Se trataba de conocer cómo son esos católicos de las jornadas mundiales de la juventud, la iniciativa lanzada hace años por Juan Pablo II y secundada desde el primer momento por Benedicto XVI. La cita en Madrid, el próximo mes de agosto, está cada vez más cerca.
Para muchos ha sido una auténtica sorpresa comprobar la viveza y naturalidad con que esos jóvenes viven su fe. Se comprende el título del editorial de Isabelle de Gaulmyn que presentaba el estudio: “Coherencia”. No se les puede reprochar ningún tipo de conformismo, porque hoy no es fácil ser creyente.
La encuesta subraya el compromiso con la espiritualidad y los sacramentos. Su prioridad está ahí, y no en un conjunto de criterios morales. Un católico es ante todo alguien "que reza, que piensa en Dios" y "que ha sido bautizado". De hecho, la misa vuelve a estar en el corazón de la práctica religiosa de los jóvenes. La Eucaristía es "esencial" para el 59%. Lógicamente, el 81% estima que, para acercarse a Dios, la Misa se impone. El 72% acude a misa semanalmente. El 63% afirma practicar diariamente la oración; y el 24%, la lectura de la Biblia.
La coherencia es también disciplinar y moral. En contra de tópicos, la encuesta descubre que muy pocos piensan que Roma deba autorizar la ordenación de mujeres o cambiar el orden jerárquico. De modo semejante, la liberalización de la moral sexual les parece una cuestión menor. Ávida de peregrinaciones y retiros, esta generación no está replegada sobre sí misma: más de la mitad de los jóvenes presta algún servicio dentro de la Iglesia. Y ese estilo se une al fuerte compromiso con la sociedad, que considera esencial el 34%. El 55% participa en alguna actividad solidaria, proporción muy por encima de la media nacional: asociaciones (66%), ayuda económica (44%), servicios concretos (27%), sindicatos o partidos (8%).
Como concluye, Isabelle de Gaulmyn, “ese deseo de coherencia inspira respeto. Desmiente el mito de que los jóvenes, una vez pasado el entusiasmo de las grandes asambleas y de las JMJ dejan de asistir a las celebraciones ordinarias. Al contrario, para esta generación de Internet y de amistades virtuales, resulta esencial comunicarse juntos físicamente en un mismo lugar. Crecidos en el mundo de la imagen y la emoción, sienten necesidad de la belleza. La liturgia es, sin duda, una puerta de entrada para ellos en el misterio de la fe”.
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